Cuando despertó el lenguaje, las emociones ya estaban ahí.
El lenguaje humano es un invento evolutivo relativamente reciente, mientras que las emociones son respuestas reguladoras que aparecieron mucho antes.
Una de las principales limitaciones del lenguaje es la de traducir el intenso y florido mundo emocional en palabras. Superar esta insuficiencia de todas las lenguas es, en buena medida, el gran empeño de la literatura. Pero son dos sistemas de comunicación tan diferentes que, a pesar de la amplitud del vocabulario emocional, a menudo se tiene la sensación de que la traducción resulta imposible, que las emociones y los sentimientos van –o vienen– por un lado y las palabras por otro.
El lenguaje humano es un invento evolutivo relativamente reciente, mientras que las emociones son respuestas reguladoras que aparecieron mucho antes de que entraran en la escena filogenética los primeros mamíferos. Las emociones, si se quiere, son un lenguaje mucho más primitivo y directo que el lenguaje humano propiamente dicho. Esto quiere decir que no hacen falta palabras para entender las emociones. La ira o tristeza se pueden leer directamente en la cara.
Hay lenguas que ni siquiera tienen palabras para nombrar alguna de las emociones más básicas. Este es el caso del maya, que carece de una palabra para designar una emoción tan primitiva como el asco. Cuando los hablantes de esta lengua de la península de Yucatán (México) ven una expresión de asco en una cara emplean la misma palabra que para designar la ira. Sin embargo, la percepción de estas dos emociones (ira y asco) no depende del lenguaje, como ha puesto de manifiesto un experimento realizado con hablantes de alemán y de maya (Categorical Perception of Emotional Facial Expressions Does Not Require Lexical Categories, publicado en 2011 en la revista Emotion).
Puede que las palabras no sean imprescindibles para comunicar las emociones, pero en cambio los sentimientos difícilmente se pueden comunicar si no se traducen en palabras. Aunque en el lenguaje corriente se confundan emociones y sentimientos (no hay más que consultar en cualquier diccionario las principales entradas del campo semántico de la emoción y el sentimiento para percatarse del tótum revolútum del léxico emocional), técnicamente son dos conceptos diferentes: las emociones son respuestas corporales y los sentimientos son su correlato mental. Unas son externas y otros internos. Las emociones tienen lugar en el teatro del cuerpo y los sentimientos en el teatro de la mente, como dice el neurocientífico Antonio Damasio.
Las emociones primarias, como la ira, la tristeza, la alegría, el asco, el miedo y la sorpresa son fácilmente reconocibles en los seres humanos y en muchos animales. Aunque resulta más complicado, también son identificables las llamadas emociones sociales, como los celos, la envidia, la gratitud, el orgullo o la admiración. Pero los sentimientos, que están hechos de pensamientos y representaciones mentales a partir de las emociones corporales, se caracterizan por ser invisibles, personales e intransferibles. Podemos leer la tristeza de una persona en su cara, pero para conocer sus sentimientos asociados a esa emoción necesitamos las palabras. A menudo se quedan cortas, o largas, o son insuficientes, pero son probablemente lo mejor que tenemos.