¿Dejarse amar en lugar de amar?
El 13 de diciembre de 1933, en Cromer, Norfolk, el doctor Bach escribía:
Lo que llamamos “el amor” es una combinación de codicia (y miedo), es decir, el deseo de más y el temor a perderlo. Por lo tanto lo que llamamos “amor” debe ser IGNORANCIA.
El amor verdadero debe estar infinitamente por encima de nuestra comprensión ordinaria, algo enorme, el olvido completo del “sí mismo”, la pérdida de la individualidad en la Unidad, la absorción de la personalidad en el Todo.
Así pues, parece que el amor está verdaderamente opuesto al “sí mismo”.
Hablar, o escribir, respecto al amor se me hace una tarea compleja. Son muchas las personas que se esfuerzan en amar mucho y en “amar bien”, y a pesar de ello no se observa de manera evidente, en todos los casos, que rebosen felicidad. Este amar mucho y bien da la sensación que en muchas ocasiones, sino en todas, les produce dolor e incluso sufrimiento. Si esto es así es porque ése debe ser un camino equivocado. Nada que vaya a favor de la Vida, y el amor va en ese camino, o es el camino, puede producir sufrimiento. Amar tampoco lo debe producir. ¿En qué nos estamos equivocando?. ¿Qué es lo que no sabemos ver?.
Creo que no deberíamos esforzarnos tanto en amar, como lo hacemos, y que el esfuerzo deberíamos ponerlo en dejarnos amar; dejar que las cosas, las personas y la vida nos amen como saben hacerlo, a su manera, tal y como son, y darnos cuenta que cada uno de ellos desprende su dosis de amor, la cual nosotros podemos recibir con tan sólo el esfuerzo de no ponerle condiciones. Un manzano me manifestará el amor dándome manzanas, y si no me da naranjas no es porque no quiera, sino simplemente porque no se corresponde con su condición. Si yo me irrito porque no me las da, eso tiene más que ver conmigo que con él. Puede que a mí no me gusten las manzanas y entonces decida no relacionarme con los manzanos, y es lógico que así lo haga, pero ello no tiene que conllevar que odie a los manzanos, o me irriten, porque no me dan las naranjas que yo quiero, o que los critique alegando que “no me aman” porque no me dan lo que espero y por ello son unos malos árboles.
Cuando yo me esfuerzo en amar estoy intentando dar el amor que tengo, o siento, por algo o hacia algo, por alguien o hacia alguien. Es el amor que siento en mí, y lo doy matizado por mi manera de ser, de pensar, de actuar. Lo que tengo lo ofrezco, y en el mejor de los casos casi gratuitamente, porque verdaderamente siempre espero algo, aunque tan sólo sea sentirme mejor, pero es un amor direccional porque tiene un punto y un destinatario. El verdadero amor gratuito no es consciente.
Cuando me dejo amar y me abro al amor, sea cual sea su manifestación, y soy capaz de ver todo el amor que hay a mi alrededor y que por ello llega a mí de manera inagotable, aunque casi siempre sea a través de las cosas pequeñas, esta capacidad de dejarme amar me transforma, y ya no soy un receptáculo de amor para repartir, no es que tenga una gran capacidad de amar, sino que soy amor. Ya no tengo amor, sino que lo soy.
Si soy amor no voy amando esto o lo otro, a éste o a aquel, sino que de cada uno de mis poros, y de mis actos, emana este amor que es lo que soy. No hay ningún esfuerzo especial, ninguna intención especial, ninguna predisposición especial, sino que con la misma naturalidad con la que inhalo y exhalo aire, inhalo y exhalo amor. No pienso en el amor ni siento el amor como algo extraño a mí, casi ni me doy cuenta de él porque es mi estado habitual. Observemos que normalmente sólo vivimos el amor cuando lo experimentamos de forma extrema. En los términos comúnmente más corrientes, incluso habría quien diría que no amo, porque no hay estas manifestaciones tan extraordinarias a las que estamos acostumbrados para percibir el amor.
Entender el amor así para muchos es casi como un acto de egoísmo: ¡¡¡dejarme amar en lugar de amar!!!, ¡¡¡recibir amor en lugar de darlo!!!. Nos cuesta entender que cuando somos amor en lugar de tener amor, no podemos hacer nada, ni el más leve gesto, sin que sea un acto de amor, y entonces la “conciencia de amar” ha desaparecido. Ya no amo esto o aquello, a mi pareja a mis hijos o a lo que sea, simplemente amo, aunque para entonces, lo más probable, es que los “amores especiales” empiecen a difuminarse. Esto no significa que no elija permanecer o relacionarme con unas personas determinadas más, o casi exclusiva o preferentemente, que con otras, y que en mi mundo de relación no ocupen un lugar predominante mi pareja, mis hijos, mi familia, mis amigos, etc., y que las cosas de la vida no las viva especialmente a través de mi relación con ellas porque ellas son mis maestros y mis compañeros de clase.
Si podemos avanzar un pasito más veremos que dejarme amar es, al mismo tiempo, amar totalmente, porque al no poner condiciones a lo que recibo, al no decirle como tiene que ser, lo estoy aceptando sin juicios, sin crítica, tal y como es. Puede que no esté de acuerdo con tal o cual cosa o con tal o cual manera de proceder, pero no lo condeno. ¿Es posible que sea esto el olvido completo del “sí mismo”?. Puede que no quiera tener cerca de mí alguna manera de actuar, de hacer o de comportarse, incluso puede que no la entienda, pero no pretendo ninguna modificación. Como el girasol, simplemente voy buscando el sol esquivando la sombra.
Tal vez lo habremos dicho alguna vez, pero cuando oímos que alguien dice: “parece que nadie me quiere”, podemos preguntarnos qué condiciones y filtros hay para recibir el amor, y es cierto que esa persona sufre, a veces mucho, porque no vive o no “recibe” amor. Siempre podemos decir que alguien “no me ama”, pero la frase completa sería que “no me ama como yo deseo ser amado”. ¿Podemos decir entonces que el amor hace sufrir?; ¿es que hace sufrir igual la falta de amor que el amor?. Aquí hay algo que no encaja. Quizás porque como escribió Bach:
El amor verdadero debe estar infinitamente por encima de nuestra comprensión ordinaria.