El don de la bipolaridad
«Artículo publicado en la Revista Mente Sana nº 103, mayo 2014″.
La persona bipolar vive sujeta a cambios de humor que, a diferentes niveles, oscilan entre un extremo de desesperanza y depresión y otro de euforia. Aceptar los altibajos emocionales y aprovecharlos para desarrollar sus capacidades creativas puede ayudarles a alcanzar un equilibrio propio y singular.
Nuestra cultura valora el equilibrio emocional que se traduce en una estabilidad del carácter: admiramos a quienes no cambian bruscamente sus estados de ánimo, no se dejan llevar por un arrebato o una pasión, nunca se aturden y siempre se presentan más o menos de igual humor. Sin embargo, ningún equilibrio se consigue directa e instantáneamente: para alcanzarlo, a veces hay que pasar por momentos de inestabilidad en los que nuestro organismo y nuestro mundo afectivo no vuelven necesariamente a la misma posición.
Curiosamente, frente a la exigencia social de continuidad y permanencia, el número de personas diagnosticadas como bipolares no ha dejado de crecer en los últimos años. La psiquiatría convencional considera la bipolaridad un trastorno afectivo caracterizado por reiterados cambios de humor que van de la extrema tristeza y desesperanza (depresión) a la euforia y la exaltación (manía). En el polo depresivo, pierden el interés por sus actividades habituales; se sienten sin fuerzas, apáticas, y experimentan trastornos del sueño, pérdida de apetito y del deseo sexual, dificultad para concentrarse y razonar, sentimiento de culpa o incapacidad, deseos de morir e, incluso, ideas suicidas. En el polo manía, por el contrario, el estado de ánimo eufórico, y a veces irritable, produce un aumento de energía: tienen menor necesidad de dormir, sus pensamientos saltan de un tema a otro, aumentan la actividad sexual, pierden la capacidad de autocontrolarse y muestran conductas megalómanas (gastos desmedidos, prodigalidad…).
Los síntomas depresivos hacen descender al paciente a una especie de infierno en el que se siente aislado porque su padecimiento, generalmente, no es comprendido por el entorno. En cambio, en el estadio de manía experimenta un bienestar excesivo y no entiende que los demás no puedan percibirlo.
La mayoría de los especialistas consideran que la causa de este “sube y baja” afectivo es un desequilibrio electroquímico en los neurotransmisores cerebrales y dirigen sus esfuerzos a detener la oscilación y estabilizar al paciente. Implícita o explícitamente, el bipolar recibe el mensaje de que oscilar es malo y que debe normalizar sus estados de ánimo, un concepto que no puede comprender porque carece de esa vivencia y, desconcertado, responde justamente con lo contrario: se vuelve aún más inestable.
Oscilación creadora.
La búsqueda de estabilidad se va aprendiendo como un patrón de conducta desde la infancia. Al niño bipolar se le ordena constantemente: “Estate quieto, no te muevas, no vueles…”. Y delante de él se comenta: “Es un chico muy imaginativo”, como si esto fuera una desgracia. Este tipo de enfoques se basan en una insuficiente comprensión del malestar de los pacientes y del significado del síntoma en su proceso evolutivo. Además, implican un etiquetado limitante que les marca con un estigma social.
El bipolar está subordinado a los momentos afectivos que va viviendo, lo que le quita capacidad para incluir otros aspectos importantes de la vida que la tonalidad afectiva que lo domina en ese instante no le permite ver e integrar.
La alternativa que propongo es entender el síntoma no tanto como una falla a erradicar, sino como una potencialidad que transita por caminos equivocados y que es posible positivar y desarrollar. Es la creatividad mal encaminada, detenida o sofocada la que se hace locura.
La idea de aprovechar la oscilación emocional del paciente para desarrollar, entre otras cosas, su capacidad creativa ha sido corroborada por varios estudios que muestran una conexión íntima entre bipolaridad y creatividad artística, unidas en una estructura solidaria de organización psíquica donde los talentos mal encaminados, ahogados o incluso reprimidos, gritan su enojo y su desacuerdo por medio de la inestabilidad emocional. Y gracias a esta oscilación, el paciente puede recuperar su creatividad; una cualidad acrecentada por su capacidad intuitiva, por el pensamiento en imágenes y multidimensional que posee, por la curiosidad y el espíritu de aventura que lo animan, y por esa particularidad de tomar contacto con una incomparable fineza de matices afectivos que pueden hacer de él un excelente comunicador, un intenso creador y un eficiente psicoterapeuta.
Su creatividad se ve acrecentada por una gran capacidad intuitiva y por lacuriosidad y el espíritu de aventura.
LA PERSONA bipolar puede ir aprendiendo a sentir con el cuerpo, a expresar los afectos y ser un poco más libre cada día.
Considero la bipolaridad no como obstáculo sino como un camino de aprendizaje y crecimiento; no como una desventaja sino como un conjunto de talentos que, bien llevados, pueden conducir a la persona a alcanzar una plenitud gracias, precisamente, a su propia naturaleza oscilante, no por haber superado su “enfermedad”.
La estabilidad que el bipolar necesita conseguir no procede del afuera sino que es fruto de una referencia interior; equivale a un movimiento con sentido y proporción, no a una detención o quietud. No hay que pretender que deje de oscilar (la oscilación es, precisamente, su virtud), sino que sane la desproporción que lo traga en un eterno vaivén sin eje.
Terapia y aceptación.
La mayoría de los bipolares tienen biografías en las que predominan las dificultades y las desdichas vinculares que les han llevado a transformar el desamparo inicial –la incapacidad de atender a sus necesidades básicas con que todo ser humano viene al mundo, y las dificultades de su entorno para satisfacerlas– en creencia: “Si no me dan lo que requiero, es porque no lo merezco; y si no lo merezco, es que soy indigno”. Esto provoca, cuando se llega a la vida adulta, problemas relacionales que también oscilan entre la dependencia absoluta (en fase depresiva) y la negación de todo vínculo e, incluso, del dolor de la pérdida. Pero la vida no ha de ser ni dependencia ni falta de necesidad de los otros. Entre ambos extremos, la libertad es una herramienta que el ser humano debe construir.
Mientras el yo bipolar no pueda afirmarse en ningún lugar y viva saltando continuamente de la euforia a la tristeza, del amor al desamor, de la plenitud al más completo desengaño, no podrá curarse. Necesita integrar las polaridades, cambiar la creencia de que las cosas son necesariamente blancas o negras y asimilar el hecho de que en la vida predominan los grises, que todo en ella es ambivalente.
El conocido psiquiatra escocés Ronald Laing solía decir que el paciente, antes que un objeto a cambiar, es una persona a aceptar. En esta misma línea, lo importante de nuestra propuesta no son los aspectos técnicos sino la filosofía que la alienta, que apunta a la no dependencia, la autonomía, la creatividad y la libertad del paciente bipolar. Pues, incluso aunque la carencia afectiva que origina la bipolaridad tal vez no pueda nunca ser cubierta, sí se puede ir aprendiendo paulatinamente a sentir con el cuerpo, expresar los afectos y ser un poco más libre cada día.