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Evelyn Varney (nacida Bach), una mujer singular 2da. parte

Evelyn Varney (nacida Bach), una mujer singular 2da. parte

“Mi primer internado en Eastbourne se llamaba South Lynne; era un edifico grande (tipo mansión) y estaba en una zona muy bonita. Lo que más recuerdo es un oso de dos metros de color marrón que estaba en la entrada (una gran extensión de baldosas blancas y negras), en las manos tenía una bandeja de plata donde ponían la campana del colegio y yo, y muchas otras chicas, teníamos cierto miedo de cruzar la entrada de noche porque nos imaginábamos que se podía poner a perseguirnos.”

“Tenía seis años cuando empecé a estudiar. Había una clase de preescolar muy agradable llena de juguetes fascinantes, entre los cuales había los bloques de construcción más grandes que haya visto jamás, hacían como veinte centímetros por lado, recubiertos de dibujos de cuentos de hadas con mucho color, era maravillosamente divertido montarlos en el suelo; construían una gran imagen preciosa que pocas veces estaba completa del todo.

No parecía que aprendiéramos demasiado, pasábamos muchas horas dibujando y pintando y aprendiendo a escribir en cuadernillos de dos líneas.

Jugábamos a croquet en el césped de delante de la casa, me lo pasaba muy bien. Teníamos unas pequeñas mazas especiales para el juego y si estabas enfadada o tenías ganas de alguna travesura, golpeabas las bolas de colores bien fuerte a través de los aros. A veces nos hacían parar y nos regañaban porque nos habíamos estado golpeando los tobillos las unas a las otras con las mazas, pero no nos hacíamos daño de verdad.

Solía tener muchos resfriados y la supervisora del colegio debía informar por correo a mi padre (fuera donde fuese) sobre el tema, así que decidieron que me tenían que quitar las amígdalas y las vegetaciones. Había otra chica a cuyos padres también convencieron para someterla a esta operación de nariz y garganta a la vez que a mí.”

“Recuerdo que una mañana me dijeron que me quedara en la cama hasta que me llamaran; el resto de chicas del dormitorio se fueron a cambiar y se marcharon preguntándose por qué me hacían quedar allí. Cuando estuvieron fuera, entró la supervisora y me llevo hacia una pequeña habitación vacía en medio de la cual había una mesa de cocina sencilla y bien limpia. Me dijo:

– Quítate la bata y túmbate sobre de la mesa. – Estaba bastante asustada. Y entonces me dijo: – Ahora te van a dormir y te quitaremos las amígdalas y las vegetaciones.

Estaba agobiada y no entendía nada pero el joven cirujano y el anestesista parecían amables y simpáticos. Sólo recuerdo que me pusieron una máscara en la cara que tenía un olor dulce y luego me dijeron que respirara fondo.

– Cuando despiertes tendrás helados a montones.

Cuando finalmente me desperté estaba muy mareada y el pijama estaba lleno de sangre y no tenía ningún tipo de interés en los helados.

En menos de una semana la otra chica y yo ya habíamos vuelto a la normalidad de la rutina escolar, la única diferencia con el resto de chicas era que al final sí que nos dieron un montón de helado y hubo muchas protestas debido a eso.”

“Esa comida de Navidad es el mejor recuerdo de mi infancia. Debió durar tres horas como mínimo. Todo el mundo llevaba vestidos de fiesta, las mujeres vestidos de seda, nos sentamos en una mesa reluciente, los grandes ventanales decorados con acebo y los asientos de debajo estaban llenos de regalos que nos dejarían abrir después de acabarnos la comida. La mesa estaba llena de crackers (es un tipo de petardo típico de las fiestas navideñas en Reino Unido y los países de la Commonwealth. Consiste en un tubo de cartón envuelto en papel brillante que, cuando dos personas tiran de él por los lados, se parte haciendo un ruido sordo y de dentro salen pequeños regalos (juguetes pequeños, sombreros de papel, llaveros, etc.) Se suele poner uno encima del plato de cada comensal y decorada con acebo y flores. No puedo recordar si comimos oca o pavo, pero sí que recuerdo las sirvientas entrando con pudin de Navidad en llamas. Pero la parte más emocionante fue cuando pusieron un plato enorme sobre la mesa y estaba lleno de ciruelas, la señorita Thomas las roció con brandi y luego las encendió con una cerilla mientras todas nosotras nos apelotonábamos para ver cuántas ciruelas podíamos coger rápidamente del fuego y comérnoslas. Tenía muchísimos regalos, supongo que mis padres tenían mala consciencia y decidieron tranquilizarla enviándome un montón de regalos extravagantes. Pero me encantaba, y la mayoría de niñas me envidiaban porque no parecía que tuvieran tantos.”

“Cuando tenía unos once años, mi padre decidió que tenía que aprender algo de fotografía, así que envió una pequeña cámara Brownie Box (que conservé hasta años después de casarme y tener hijos). Cada semana me enviaba un carrete y yo tomaba decenas de fotografías no muy buenas, ya que nadie se había molestado a enseñarme nada. La supervisora cogía los carretes para llevarlos a revelar y todavía conservo algunas de esas terribles fotografías y me pregunto qué será de aquellos a los que fotografié.”

“Cada domingo teníamos que escribir a nuestros padres. Mi madre contestaba a las cartas. Escribía a menudo, pero padre, si escribía, siempre elogiaba el valor del trabajo duro y de estudiar mucho y recuerdo que se disgustó bastante cuando le escribí diciendo que había dejado latín para poder tomar más clases de dibujo y pintura porque me encantaba pintar.”

“Me dieron unas breves indicaciones sobre la fe católica y me hicieron estudiar catequesis de principio a fin y, como mi madre, también me convertí a la fe católica en el colegio. Nunca olvidaré mi primera comunión, todo el mundo recibió pequeños regalos para la confirmación, pero yo no. Mis padres me prometieron que vendrían pero no lo hicieron. Yo que les quería enseñar mi bonito vestido blanco de seda y el tocado de flores blancas. Después de la misa nos reunimos en la parte del convento para las monjas para un almuerzo especial, al que asistieron la mayoría de padres. Mi madre, sin embargo, más adelante me envió una pequeña cruz de oro con perlas muy bonita, todavía la llevo a menudo. Ahora debe tener casi sesenta años.”

“Mi primer trabajo fue para un reconocido doctor que era espiritualista y que vivía en una de las carreteras principales de Norwich. Tenía dos hijos y mi trabajo era cuidar de ellos y ser útil para su mujer, y ayudarla con las tareas de casa cuando las sirvientas no estaban. ¿Se pueden imaginar cómo lo hacía? No puedo creer que lo lograra, sólo tenía diecisiete años, no había recibido ningún tipo de formación sobre tareas domésticas y se supone que tenía que dar de comer a los niños, mantener el dormitorio de los padres y el de los niños limpios y ordenados, lavar toda su ropa e incluso barrer el suelo del dormitorio de los pequeños, y no sabía ni por dónde empezar.”

“Volviendo a mi vida: me quedé en la tienda de textiles Bonds de Norwich hasta que me casé, en 1941. Dejé la tienda justo antes de las Navidades de 1940 para tener tiempo de prepararlo todo para la boda, en abril. La empresa y mis compañeros me hicieron un montón de regalos útiles, como por ejemplo ocho pares de sábanas de algodón de parte de los dueños.”

“En 1946 mi marido acabó el servicio militar y yo me fui a las oficinas del ayuntamiento para ver si nos podían ayudar a encontrar una casa. Estuve de suerte: me dieron las llaves de una casa de protección oficial completamente nueva con tres dormitorios y viví allí felizmente durante treinta y ocho años. Voy tan rápido porque la tragedia llegó tan sólo cuatro meses después de entrar a vivir a la nueva casa. 1947 fue un año muy caluroso y, justo cuando empezábamos a acostumbrarnos al nuevo día a día, mi marido cogió la polio y, después de una breve enfermedad, tan sólo una semana en el hospital conectado a un pulmón de acero, murió. Ambos teníamos treinta años, tenía dos hijos, uno de cinco años y otra de cuatro, y sólo cuarenta y cinco libras en el banco así que, sintiendo pena por mí, llamé al médico, pedí a madre (que vivía en otra parte de Norwich) que viniera a vivir conmigo y ambos me dijeron:

– Más vale que te busques un trabajo.

No tuve que buscar mucho porque el dueño de la frutería, con quien tenía amistad, me llamó al cabo de poco y me ofreció un trabajo a media jornada que acepté de buen grato. Era la solución perfecta, ya que el colegio de los niños estaba justo al final de la misma calle, podía dejar a los niños allí, trabajar hasta las tres y cuarto y recogerlos para dejarlos en casa con madre (su abuela), que ahora vivía conmigo.”

“En un abrir y cerrar de ojos los niños acabaron los estudios, encontraron trabajo y se casaron y ahora tengo cinco nietos. Me jubilé en 1975 pero antes de eso madre murió en 1973 de cáncer, había estado enferma intermitentemente desde hacía cuatro años, debilitándose gradualmente y comiendo menos y menos, sólo había pasado una semana en el hospital cuando murió.

Ahora estaba sola: los niños se habían ido de casa, madre había muerto. Y vivir sólo de la pensión del estado significaba que tenía que andar con mucho cuidado a pesar del trabajo en la tienda de textiles, de donde me fui sin pensión aunque sí que me dieron un cheque por valor de mil libras que me temo que voló rápido.”

Recapitulando…

La lectura de los trozos del diario de Evelyn revela la presencia de un espíritu luchador, travieso y sensible, con una historia infantil dispar, con altas y bajas, luces y sombras, gozos y dolores. Una experiencia que la ayudó a forjar un carácter decidido. Ella vivió en total desconocimiento de quien fue, para el mundo su padre, hasta no muchos años antes de su muerte y, en muchos sentidos, careció de una relación profunda con él. La soledad la acompañó en su vida pero las condiciones de una infancia dura, en lejanía de sus padres, yendo de un internado a otro, sintiendo la falta de apoyo afectivo familiar, no generó en ella sentimientos amargos sino que supo transformar la adversidad en fortaleza. Tal vez, esta haya sido una virtud que su alma necesitaba desarrollar. Hay en su historia una reiterada sucesión de pérdidas, hasta la temprana muerte de su marido. Sin embargo, la tristeza que pudo hacer sentido, no se transformó en melancolía y abandono de la vida. Siempre de pie, siempre adelante. Pero, lo sufrido y sostenido sin doblegarse, dejó huellas. La demencia fue carcomiendo su presente. Sus padres, ambos, murieron de cáncer, la enfermedad les quito futuro. Ella, tal vez, regresó a su pasado, a sus tiempos infantiles, quizás para sanar heridas o para recobrar momentos felices o para pedir, con sus síntomas, ser cuidada y atendida. No lo sabemos a ciencia cierta pero, el amor que su familia le profesa no nos deja duda de la talla y grandeza de su persona. Su deterioro fue el precio que pago por tanto esfuerzo, por tanto dolor que nunca le robo la alegría.

Agradecemos a Berta Creus la traducción al castellano de los retazos del diario de Evelyn y a Inés Grandes la del video. Y, por supuesto, inmensa gratitud a Evelyn y familia por permitirnos compartir tan valiosa información.