Hades, en la Danza de Adán.
Autor: Eduardo H. Grecco
email: eduardohoraciogrecco@gmail.com
Nos elevamos arrodillándonos, conquistamos entregándonos, ganamos renunciando.
Quirón
Es singular el temor que la Sombra causa a la conciencia y como el Yo teme el encuentro con Hades. Hay motivos, ya que, en el inconsciente colectivo de una gran parte de la humanidad, ella se asocia con lo oscuro, demoníaco, mortal y tenebroso. Y, por otra parte, cuando aparece en nuestra vida, grita en nuestro cuerpo o se hace drama en nuestros sueños, indica la muerte de un aspecto de nosotros que debemos dejar atrás y, por lo tanto, opera como una fuerza alquímica que nos obliga al cambio.
Huir del encuentro con la sombra es inútil: nos zambullimos en ella o ella nos zambulle en su vientre. Y, como el mito de Edipo enseña, no es posible huir del destino y queriendo huir de él, lo terminamos realizando malamente. Dar cara a la sombra es la mejor política, aunque el Yo prefiere seguir otros rumbos y, por esa vía, nos conduce a una desdicha cierta.
Nuestra historia consiste en un esfuerzo continuo para construir y defender un Ego – aquello que creemos ser y que vivenciamos como algo que está dentro de nosotros- y esta estructura se convierte en un límite, una frontera que nos protege pero que, al mismo tiempo, nos restringe. El Ego empobrece nuestra posibilidad de ampliar los horizontes de nuestros Ser y cada tanto se necesita del huracán de la sombra- Hades- no solo para derrumbar los sistemas de creencias que nos encarcelan sino, además, para crecer, para salir de la rigidez y soltar los soportes a los cuales nos habíamos apegado.
Esto significa que el encuentro con la sombra es una bendición y que depende de nosotros transformar la tensión y crisis que genera, en una oportunidad de vida y dejar de ver sus embates como castigos de Dios, del Karma o de memorias familiares y más como la fuerza que rompe la coraza del Ego, que crece y se endurece con el paso del tiempo hasta amordazar nuestra esencia.
El viaje hacia a la sombra
Tanto en la mitología como en la clínica, la sombra parece estar ubicada en el “debajo”, de manera que ir hacia ella supone descender, deslizarse o precipitarse, hacia un fondo o abismo, en general carente de luz. Y aunque esto parezca curioso, tal hundimiento implica la posibilidad extender las fronteras de la conciencia e integrar grados crecientes de aspectos excluidos de nosotros mismos. Aquello que ha naufragado en nuestra existencia, ya sea aspectos oscuros o talentos, deudas o tesoros, cuestiones personales, constelares o arquetípicos, retorna, se recupera. Pero, en ese viaje, también, rompemos bordes y aprendemos una vía de conexión con el todo: la sombra es un puente de unidad con el universo y con los otros.
Este descenso no es sencillo. Cruzar el umbral y arrojarse por su túnel sin luz, no es una tarea que se realice sin dudas o temores. Es que viajar a la sombra supone abrazar nuestro lado obsceno. Pero ¿Qué es lo obsceno?
La palabra obscenidad viene del latín, obscenus, cuya traducción implica algo asqueroso, repugnante, repulsivo, detestable e inclusive relacionado con “basura». De modo que, obsceno, describe palabras, imágenes y conductas que ofenden la moral sexual dominante. Sin embargo, esta palabra alude, también, a blasfemia, irreverencia, tabú, indecencia o algo aborrecible.
Dicho esto, una breve aproximación a algo más complejo, es posible preguntarnos, ¿Por qué es posible vivir la sombra como algo obsceno?
Hay que recordar que la sombra alude, además, a lo más primitivo, pulsional, arcaico y no sublimado de nuestra naturaleza. El matrimonio de Edipo con Yocasta, su madre, es obsceno para su consciencia pero en el mundo de su sombra ese límite no existe, el pecado carece de sentido. En ese espacio, las pulsiones sexuales y destructivas, moran en estado puro y los sentimientos con la peor prensa (envidia, celos, odio, rabia, rencor, crueldad, amargura…) tienen allí su espacio. Y, si todo ese reino lo tenemos separado de nosotros, nos empobrecemos aunque integrarlo nos asuste. Claro que, el secreto no solo es sacar la sombra a la luz de la consciencia, sino, además, aceptarla y realizarla por un sendero adecuado: elaboración, creatividad, sublimación, servicio.
Cuando la sombra es rechazada no desaparece, no se queda quieta, sino que busca otras formas de expresión substitutiva: se desplaza en los síntomas, se dramatiza en los sueños y se proyecta en los vínculos. De tal manera que hace oír su voz de un modo encubierto, pero ese no es el sendero que conduce al bienestar, como tampoco lo es su descarga libre y brutal. Hay que darle lugar a la sombra y encauzar su energía por caminos simbólicos que la consciencia acepte, y que permita a la sombra expresarse de un modo pleno y satisfactorio para el equilibrio de la persona.
Perséfone y Hades
La historia de Perséfone y Hades tiene un ingrediente en general olvidado: el papel de Afrodita en esta historia. Perséfone, antes de conocer a Hades se llamaba Core y era una joven diosa, cándida, incauta y, en cierto sentido, superficial. Ya era tiempo de que se convirtiera en mujer y, de cierto modo, esto suponía salir de la protección y seguridad que le brindaba su madre Demeter. Es posible que Core se resistiera a abandonar el confort que esta situación le proporcionaba y a hacerse responsable de su propia vida.
Afrodita observaba esta circunstancia y por las razones que la hayan alentado (no siempre eran muy rectas) toma la decisión de brindarle a Core una lección de vida que ella no estaba pidiendo pero que, sin embargo, la diosa del amor veía como necesaria. Entonces le indica a su hijo Eros que hiera con una de sus flechas a Hades para que en él se le despierte la pasión por Core.
Uno puede preguntarse ¿Por qué Afrodita eligió a Hades y no a otro Dios o mortal para esta tarea? Es como si Afrodita señalara con su actitud que el encuentro con Hades (la sombra) es una condición necesaria para madurar, para transformarnos, para iniciarnos en la adultez. Y que la sombra va a cumplir ésta su misión, alentada por el amor.
Imaginemos la escena. Es primavera, un tiempo en el cual todo se encuentra en su mayor esplendor y belleza, el aire esta pleno de renacimientos y florecimientos, la tierra se vuelve multicolor, la calidez del clima despierta emociones lúdicas y amorosas, la sonrisa envuelve los corazones y el sol retoma la alegría perdida en el invierno. Allí bajo esa atmosfera juvenil Core, la hija de Demeter, a la sazón virgen aún, jugaba con otras doncellas en el campo y recogía flores. Llevada por su juego corta un narciso, desconociendo la ligadura que esta flor guarda con el inframundo. En ese punto, narra el mito, la tierra se abre y Hades emerge por esa abertura montado sobre su carroza negra, tirada por cuatro caballos de igual color que exhalan fuego por sus narices, apresa a Core y regresa a su mundo, donde viola (¿habrá sido así?) a Core quien se convierte en Perséfone (la que ama la oscuridad). Este cambio de nombre implica, sin duda, que este episodio señala una iniciación: la joven se hace mujer (por medio del simbolismo de la relación sexual), rompe la dependencia con la madre y madura, deja atrás el Complejo Materno y la familia para construir una propia.
Un punto interesante es recordar que el mito parece señalar que el encuentro con el amor conduce a conectarnos con nuestra sombra y que nos hay experiencia más causante de la noche oscura del alma que el amor.
La experiencia de Perséfone, el encuentro con la sombra, representa un camino para cada ser humano y así como Core muere como niña para renacer como mujer, Perséfone, cada quien puede vivir el mismo proceso y ampliar el horizonte de su ser, incorporando lo que moraba en su sombra. De tal manera que, un hombre Hades representa, para una mujer, la experiencia de aprender a saber más de lo que se oculta en su sombra: sus deseos, pasiones, impulsos, destructividad…. En suma, Hades inicia y equilibra (en hombres y mujeres) al hacernos incluir aspectos de nuestra vida que teníamos rechazados.
Como aparece Hades en nuestra vida
La semblanza de la crisis de la energía de Hades, muchas veces, aparece bajo el signo de que todo se derrumba. Desesperación, perdida de esperanza y del sentido de la vida, depresión, oscuridad, sentirse abandonado, hundido sin tener donde apoyarse, despojado de todas las seguridades, enfermedades tumorales y de la piel, trastornos estomacales y cardíacos, disfunciones sexuales, ira, nerviosismo… Y sin embargo, lo que ésta crisis nos regala, es la posibilidad de descubrir quien realmente somos.
Del mismo, la crisis que aparece bajo esta energía interior, nos enfrenta con temas de poder, muerte, libertad, falta de sentido de la existencia, aislamiento y anudada con una cuestión paradojal: lo valioso de nosotros mismos que hemos renegado y que reclama ser reconocido.
Conclusión
Con todo esto dicho sobre Hades, si ahora lo repensamos desde el sistema floral La Danza de Adán, vemos como la flor correspondiente, Solitario e Introvertido, nos ayuda a convertir esta crisis en una ocasión y nos enseña a ver, en los hombres no solo aspectos de nuestra identidad con la que tenemos que lidiar, sino la naturaleza de las mujeres con las cuales este patrón vincular se relaciona: los que nos provoca Afrodita (Amante Creativa) y el deseo que nos despierta Perséfone (Ingenua Hija de Mamá).
Del mismo modo, como ya hemos explorado en otro lugar (Repensando a Medea) esta fuerza se asocia con la de Dionisios (Místico y Erótico) y, por lo tanto, con la potencia transformadora y sanadora de la mujer que habita en el hombre. Energía que está unida a la destructora, si comprendemos esta última, no como el término de algo, sino como el evento necesario para renacer. La semilla que muere para multiplicarse. Así, Hades como Dionisios, cada uno a su modo, nos conectan con la energía primaria y esencial de la existencia que tiene su lado oscuro y su lado sabio, su pulsión de muerte y su pulsión de vida su invierno y su primavera.
Pero además, hay una historia que dice que Dionisios no era hijo de Zeus y Semele sino de Zeus y Perséfone. Otra que señala que Dionisios bajó al mundo de Hades a rescatar a su madre Semele y otra más que cuenta que Dionisios fue pareja de Afrodita, con quien tuvo un hijo: Priapo, el de formas obscenas. De algún modo parece que Dionisios estaba en todos los lugares indicados, como si conectara a todos los personajes de esta historia en la misma trama.
Hay una curiosidad más. Heráclito, sostenía que Hades y Dionisio, la misma esencia de la vida indestructible, eran el mismo dios, una sola y misma persona. Kerényi, brillante pensador, señala, por ejemplo y para avalar esta tesis, que la diosa Deméter desolada por la desaparición de su hija raptada por Hades, rehusaba beber vino, que es el don de Dionisio, a causa de esta semejanza entre los dos dioses y propone que Hades puede de hecho haber sido un “alias” para el Dionisio del inframundo. Incluso sugiere que esta identidad dual era familiar para quienes entraban en contacto con los Misterios, ya que, uno de los sobrenombres de Dionisio era Ctonio, “subterráneo”.
Por esta vía de razonamiento deductivo, si Hades y Dionisio eran dos caras de una misma figura es imaginable que Perséfone y Ariadna también lo fueran. Es más, la Señora del Laberinto (Ariadna), es una diosa ctónica (perteneciente a la tierra subterránea), como Perséfone, nieta de Rea, la Gran Diosa Madre. Entonces, es posible pensar que Rea, Perséfone y Ariadna sean aspectos diferentes de una misma divinidad femenina siendo el complementario masculino: Cronos, Hades, Dionisios. Aquí hay que recordar aquello, que en otros lugares he indicado, en torno de la secuencia: Afrodita, Psique y Medea, paralela a Ares, Eros y Aquiles y, como, cada una, representa un aspecto diverso del mismo tema en tres planos de la experiencia humana: carnal, psíquica y espiritual.