La enfermedad psicosomática y la Terapia Floral
Por Dr. Eduardo H. Grecco
«Es esencial, para cualquier experiencia terapéutica con enfermedad, un cierto cambio de perspectiva.»
Carol Pearson
El sistema inmunológico representa, en el cuerpo, lo que la identidad es en el alma, o por lo menos un aspecto de ella vinculada a la buena discriminación entre lo propio y lo ajeno. Estudiarlo da una imagen de la manera en como el psiquismo encara su tarea de mantener su identidad diferenciada.
Desde el rechazo más extremo, como en las alergias, hasta la autodestrucción, como en las patologías autoinmunes, pasando por la vulnerabilidad, en las infecciones, siempre la cuestión emocional consiste en una lucha que la persona desarrolla con lo nuevo y distinto de sí mismo y con el proceso de asimilación que le plantea ya que, lo distinto, nos enriquece y no siempre debe ser visto como peligroso.
Estos síntomas no sólo aparecen en el plano del cuerpo sino que se manifiestan también en lo psíquico y en los vínculos. Sea uno u otro, siempre revelan aspectos desconocidos de cada persona, muestran la sombra de cada quien y en ese sentido son maestros que enseñan a que la persona se conozca.
Si los síntomas son encuentros que ayudan a evolucionar, citas que dan la oportunidad de aprendizaje, las manifestaciones inmunológicas muestran, aún en su destructividad, un carácter reparador: hay algo de la identidad del sujeto que esta fuera de contacto de su centro, que esta desintegrado y retorna bajo la forma de sufrimiento. Al comprender lo que este padecer enseña, el hombre tiene la posibilidad de integrar lo separado y no aceptado, y si lo hace, da un paso adelante en su camino de crecimiento.
1. Puntos de partida
Luego de setenta y cinco años de historia de los remedios florales pueden hacerse hoy algunas puntualizaciones sobre el modo en como la clínica y la terapéutica floral abordan la comprensión de los procesos de este campo.
La primera, que la Terapia Floral es una Psicoterapia ayudada con esencias florales, ya que, desde su fundación, el Dr. Edward Bach no pensaba que el objetivo del trabajo floral fuera dar flores, sino ayudar al paciente a descubrir las causas reales de su padecimiento y administrar las esencias para apoyar tal finalidad. Esto marca una diferencia substancial entre tomar flores y hacer un tratamiento floral y entre dar flores y ser un terapeuta floral.
La segunda, que las causas reales de la enfermedad hay que rastrearlas en el mundo de los afectos ocultos y sofocados de cada persona, ya que, lo que la enferma, es algo que ella desconoce de sí misma, algo que ella reprimió, algo que nace del universo de lo inconsciente, que Jung, muy gráficamente, denominaba la sombra.
La tercera, que estos afectos suprimidos del registro de la vivencia consciente, cuando no encuentran una vía para su descarga por otros caminos, pueden retornar como síntomas. El síntoma está, entonces, en el lugar del afecto sofocado.
La cuarta, ya que los afectos que enferman son desconocidos para la conciencia, la manera que se tiene, para tomar registro de su existencia y de su naturaleza, es descubrir su presencia tras los disfraces de los cuales se valen para hablar: síntomas, vínculos, sueños y los procesos que acontecen dentro del tratamiento terapéutico, tales como las resistencias del paciente a su cura o los fenómenos de dramatización imaginaria o transferenciales.
La quinta, es que estos disfraces, de los que se sirven los afectos inconscientes para expresarse, son portadores de un sentido que hay que descubrir y en esto consiste uno de los trabajos del terapeuta: ser partero de las afectos sofocados.
2. Síntomas, vínculos y sueños
Las esencias florales convocan los afectos sofocados hasta hacerlos aparecer en la conciencia. Este es un paso esencial en el camino de la sanción, ya que, un afecto, nunca puede ser curado en ausencia. Pero, para poder convocarlos, hay que reconocer, primero, su presencia en el inconsciente e identificar cual es la emoción que se encuentra reprimida.
Conocer la geografía emocional de nuestro cuerpo, y de los procesos patológicos que lo enferman, permite comprender el significado afectivo de un síntoma y enlazar al síntoma la emoción que falta. Esto es posible por que el cuerpo no es, para lo terapeutas florales, anatomía, sino, esencialmente, un cuerpo emocional.
El lugar donde los síntomas aparecen no tiene nada de casual. Por el contrario, la geografía corporal impone condiciones de expresión a los afectos ya que, las emociones, cuando se hacen carne, no retornan en cualquier parte del cuerpo sino en aquellas con las cuales se encuentran ligadas, tanto por sus relaciones somáticas como históricas.
La ligazón cuerpo-afecto, que existe en las emociones, permite hacer una lectura bastante precisa del sentido de un padecer orgánico. Así, por ejemplo, decimos que el asmático se ahoga por que no se angustia y que el hipertenso eleva su tensión porque no se indigna.
Del mismo modo las relaciones humanas que establecemos nos devuelven como en un espejo la naturaleza de la que esta hecho nuestro inconsciente. «No nos une el amor, sino el espanto», dice Jorge Luis Borges, y donde dice espanto, habría que leer inconsciente.
Los seres humanos proyectan en los otros, con quienes establecemos relaciones, aspectos sofocados y reprimidos que tienen que aprender a reconocer como propios. Los «otros» son maestros que la vida propone para ayudar a conocerse y a aprender las lecciones que se vino a asimilar en esta vida.
También los sueños son magníficos caminos de los cuales se vale el inconsciente para decir lo que la conciencia calla. Así, finalmente, los fenómenos que ocurren, en esta particular relación que es el encuentro terapéutico floral, son reveladores de los afectos que moran en la sombra de cada cual.
Las manifestaciones psicosomáticas representan un segmento clínico que ilustra magníficamente estos puntos, ya que ellas son espejo y maestras en el recorrido de la vida. Al pensarlas de este modo las enfermedades psicosomáticas se convierten en una buena guía para el trabajo floral.
( Continuará )