La piel dura: “La concepción social del consumo…” 2ª Parte.
“No se trata de endurecerse, sino de hacerse duros”
F. Truffaut.
Nunca criticaría, ni me atrevería a juzgar a los padres que, naturalmente, se preocupan por lo que sucede con sus hijos, cuando muestran indicios de haber iniciado el consumo de las drogas llamadas ilícitas. Su natural preocupación está cargada, además, del marco de referencia totalmente ideologizado del consumo de drogas que se tiene en nuestra sociedad. Esto no les permite pensar con claridad, sino más bien con temor, en el caso del consumo de las drogas ilícitas, como mariguana, cocaína, metanfetaminas, etc.; y con despreocupación, y en algunos casos hasta con inducción, para el consumo de drogas lícitas como el tabaco y el alcohol. Incluso algunos padres ven hasta deseable que sus hijos lo hagan, porque muchas veces ellos mismos consumen tabaco y alcohol, y esto no les representa ningún problema. A estas familias, el psicoanalista argentino Eduardo Kalina las denomina, familias psicotóxicas (Kalina, 2000). Lo que considero importante señalar es que se debe saber por parte de los padres y, sobre todo, de los terapeutas, que la gran parte de los jóvenes que llegan o que son llevados a terapia por supuesta adicción, en realidad no son adictos. Por ello, se requiere de un adecuado y preciso diagnóstico, no prejuiciado por las concepciones que confunden el consumo con la adicción.
En el presente escrito expondré precisamente aquellos criterios que nos permitan diferenciar cuándo hablamos de una persona adicta y cuándo de una que sólo consume o abusa de ese consumo, sin todavía constituirse como adicta. Veremos algunos aspectos a considerar en el diagnóstico de alguien a quien valoraremos como adicto, diferenciándolo de quien abusa del consumo de drogas sean éstas, lícitas o ilícitas. Para posteriormente, en una tercera parte de este tema, plantear algunas estrategias terapéuticas más comúnmente empleadas en los tratamientos para adictos.
¿Cómo diagnosticar? En principio, soy de la idea de que es importante considerar criterios empíricos que se puedan reconocer por cualquier profesional de la salud mental. Por eso pienso que los instrumentos reconocidos universalmente para ello son el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM IV), de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), o la Clasificación Internacional de Enfermedades, Décima Edición (CIE-10), de la Organización Mundial de la Salud (OMS). De esta manera, vamos a considerar el DSM IV, que es un instrumento muy utilizado en la formación y quehacer profesional de los psicólogos clínicos y psiquiatras del país y que, por otra parte, no tiene gran diferencia con el CIE 10, más utilizado por las instituciones del sector salud. El DSM IV contiene un apartado que denomina Trastornos Relacionados con Sustancias. Ahí se esclarecen dos conceptos muy importantes para nuestro propósito analítico: abuso y dependencia de sustancias. “El Abuso de Sustancias ocurre cuando, durante al menos un año, la persona que consume incurre en actitudes como: incapacidad para cumplir con sus obligaciones laborales, educacionales, etc., debido al consumo; ingiere las sustancias en condiciones físicamente riesgosas; tiene problemas legales recurrentes o sigue consumiendo a pesar de tener problemas persistentes de tipo social o interpersonal”. Por otra parte, se define la Dependencia a Sustancias, como un patrón desadaptativo de consumo de sustancias, que se presenta en los casos en los que, por lo menos durante un año, la persona experimenta un efecto de tolerancia, que se define como la necesidad de consumir mayor cantidad de sustancia para lograr el mismo efecto que se sentía con una menor dosis. Además de la tolerancia, se presenta otro efecto clínico denominado Síndrome de Abstinencia, que se describe como la manifestación de un conjunto de síntomas cuando, de manera abrupta se deja, o se le impide, seguir consumiendo la droga. Se agregan a estas dos respuestas clínicas, los intentos para dejar de consumir sin conseguirlo, y el hecho de consumir más de lo que la persona quisiera en principio; además de que deja de realizar actividades consideradas importantes. También no puede dejar de consumir aún cuando el consumo lo perjudique por un problema o enfermedad física o psicológica. Otro elemento a considerar es el hecho de que el adicto busque consumir la misma droga, o una muy similar, para disminuir el malestar producido por el síndrome de abstinencia. Otro signo de dependencia se refleja cuando el sujeto le dedica mucho tiempo a buscar la sustancia. De todos estos elementos, si se presentan tres de cualquiera de estos criterios, se considera que hay dependencia o adicción. Entonces, entre el abuso y la dependencia, encontramos que la diferencia fundamental radica en la presencia o ausencia de los fenómenos clínicos de tolerancia y abstinencia, más la combinación de dos o más situaciones comportamentales.
Otra variable importante, es el tiempo. Se requiere que durante un año se hayan presentado estos sucesos. No una vez o una semana, o unos meses, sino durante un año. Y otra variable desglosada, es que exista un deterioro o malestar significativo. Como podremos ver, diagnosticar adicción, no es tan simple. La otra variable que hay que esclarecer es el consumo.
La gran mayoría de la población lo que hace es consumir, eventualmente intoxicarse, que implica la presencia reversible de síntomas y efectos por el consumo de alguna sustancia que lo llevan a cambios psicológicos o comportamientos desadaptativos. Siendo así, entonces concluimos que la mayoría de los casos de jóvenes que asisten a un tratamiento por adicción, se trata en realidad en el mejor de los casos por consumo, y en el peor, por abuso de sustancias, muy eventualmente por una verdadera adicción, lo cual implica que el tratamiento tenga la orientación correcta.
Y de eso hablaremos, ¡hasta la próxima!
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