La piel dura: “La concepción social del consumo…” 5ª y última parte.
“No se trata de endurecerse, sino de hacerse duros”
F. Truffaut.
Para Sigmund Freud –creador del psicoanálisis, descubridor de la sexualidad infantil e inventor del Inconsciente como concepto fundamental del Aparato Psíquico diseñado por él–, el consumo de drogas o alcohol constituía, en sí mismo, un acto para contrarrestar el inevitable sentimiento de malestar que le produce al ser humano la llamada “civilización”. La denominación que le dio a este acto fue simple y llanamente “el quita penas”.
En la búsqueda incesante de la felicidad, el hombre busca por todos los medios posibles a su alcance, no sólo no padecer dolor físico, moral o psicológico, sino la obtención de un placer inagotable que, por supuesto, es imposible conseguir. El ser humano ha tenido que conformarse, a lo largo de su historia, con el hecho de que vivir lleva consigo conflicto, sufrimiento y que lo más que podrá alcanzar es un bienestar relativo, efímero. El malestar sólo podrá amortiguarse con los quitapenas disponibles que la civilización y la cultura, han creado.
Entre los diversos quitapenas descritos por Freud, están: el arte, la religión, el trabajo, el amor, el sexo y el consumo de las sustancias que alteran los estados de ánimo, la conciencia, el pensamiento y la percepción. El punto es que todos estos quitapenas, en sí mismos, contienen los elementos de placer y satisfacción buscados y, al mismo tiempo, traen consigo los elementos de displacer y dolor que tratan de evadir. Entonces, desde esta perspectiva, resulta que una propuesta psicoterapéutica tiene que incluir el lugar histórico que tiene el consumo de drogas en el sujeto, más allá de la abstinencia como objetivo principal. Y es aquí donde se inscribe la propuesta psicoanalítica.
La cura psicoanalítica implica, según Sylvie Le Poulichet (1987), una serie de principios que se tienen que considerar en cualquier proceso psicoterapéutico de esta índole, y en particular, cuando se trata de atender a quienes consumen drogas, siendo éstos, adictos o no. Enumeraré algunos de estos principios.
1. Iniciar un tratamiento psicoanalítico no es una indicación, es una elección. Es decir, el sujeto elige este procedimiento sobre cualquier otro, no porque esté indicado por un supuesto experto, sino porque el planteamiento analítico es lo que él busca.
2. Entre los que demandan una cura analítica hay quienes son adictos, y su demanda debe ser oída por ella misma, sin pretender que el fin sea curar la adicción. Efectivamente, hay quienes son adictos y quieren analizar, no les interesa “curar” la adicción, por esa razón jamás iniciarán una terapia por voluntad propia.
3. Si un sujeto formula una demanda de cura analítica o psicoterapéutica, ello no debe ser sólo en nombre de la adicción. Es decir, en nombre de un concepto “adicción” que algunos discursos sociales y médicos han creado para él y su relación con las drogas desde un “supuesto saber” sobre las adicciones, sino desde sus sufrimientos históricos que están detrás del consumo.
4. Una propuesta psicoanalítica como tal, no prohíbe el uso de drogas del sujeto consumidor durante el proceso de cura. En este caso, lo que se le dice al analizando es que si llega intoxicado por la droga, no es posible llevar a cabo la sesión de análisis que él solicitó. Y si esto lo repite, entonces se cuestiona su demanda de análisis. Si no se retoma el análisis, no hay posibilidades de continuar.
5. Es en las primeras entrevistas cuando se puede elaborar la demanda de análisis, dando tiempo para la reapropiación y subjetivación de la adicción. Es importante reconocer que generalmente se llega a una entrevista con el psicoanalista sin tener claro cuál es la demanda real de la misma. Muchas veces se asiste sólo por encargo de otros y de lo que se trata es que el sujeto, prospecto de análisis, se haga responsable de su acto.
6. No rivalizar contra la droga ni contra los proveedores de la misma. Un psicoanalista, no está al pendiente de controlar los lugares, ni de las personas que visita el analizando. ¡No es un policía, ni la droga es el tema, sino el sujeto!
7. El analista debe mantener la abstinencia. Es decir, nadie es capaz de dirigir la vida de otros, por lo tanto, debe de abstenerse de usar ese supuesto saber más que los otros. La historia del analizando está por develarse y situarse en su dimensión más cercana al sujeto. Acompañemos analíticamente la relación de su construcción con los otros incluyendo la droga y sus propios acompañantes.
8. No establecer un juego donde exista un tercero por excluir (familiares, esposa, hijos, padres, trabajo, etc.). Todos ocupan un lugar en la historia pasada y actual del sujeto.
9. No realizar pactos entre el analista y el analizando en los que se proponga la abstinencia del consumo como condición para iniciar un tratamiento. Los resultados de ello casi siempre son traiciones, decepciones, desafíos, sometimientos, y lo único que se consigue es repetir, con el analista, la relación frustrante que tiene el analizando con sus familiares. De lo que se trata entonces es de identificar el lugar que ocupa la droga dentro de la relación con el analista y transformar el montaje de la adicción, en una demanda de análisis.
Esta es una modalidad terapéutica radicalmente distinta a la cognitiva conductual y hay que tenerla de referencia siempre, para la reflexión y la búsqueda de procedimientos psicoterapéuticos efectivos y éticos. ¡Hasta la próxima!
Twitter: @Bilbao_pieldura