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  • Curso «Correspondencias Bach-América (California)»

Los doce Curadores – Introducción

Los doce Curadores – Introducción

Autor: Eduardo H. Grecco

Email:  eduardohoraciogrecco@gmail.com

Suele presentarse el tronco central del trabajo del Dr. Edward Bach, como los remedios que descubriera y preparara. Sin embargo, no es esto del todo exacto, ya que, un aspecto vital de su obra está vinculado con una visión sobre el hombre, la salud, la enfermedad y su curación, así como con el proceso de evolución del alma. Y, hasta cierto punto, es dable afirmar que sus remedios no son comprendidos en cabalidad, en su esencia y plena aplicación, sin estas referencias doctrinarias. El horizonte doctrinario evita la caída de la práctica floral en territorio alopático. Del mismo modo que clavar agujas no hace a una persona acupuntor, prescribir flores no la vuelve Terapeuta Floral.

Ahora bien, cuando se sigue el recorrido de los pasos de Bach, desde el año 1927 hasta su muerte, en 1936, se va observando la presencia del desarrollo de una línea de investigación, en donde doctrina, experiencia (clínica y personal) y remedios, configuran el diseño unitario de un espacio en común que no puede separarse.

Esta solidaridad ideológica-prescriptiva, se pierde de vista si se fragmenta la obra de Bach y se la desgaja de su biografía, y de las búsquedas y vivencias que transitó, conectadas por cierto, con cada uno de los remedios que él preparaba. Del mismo modo, leer su texto final de Los Doce Curadores y Otros Remedios, sin estudiar de donde nace, los antecedentes previos y las razones que justifican su escritura, permiten una captación coja del mensaje contenido allí. Y, esto es cierto, para todos sus escritos, en donde los remedios están presentes. De tal modo que, existe una razón de proceso para concebir la idea de que cada remedio, así como forma parte integral de un sistema, es al mismo tiempo, capítulo, trozo, pieza, de una historia. No es suficiente conocer el argumento, hace falta leer la novela completa.

Cada nudo es importante porque forma parte de una misma red.

Por lo antes dicho ayer, es dable imaginar que cada remedio de Bach carece de pleno sentido si se lo trata solo de forma individual y aislada del conjunto del sistema del cual forma parte. Solo adquiere la dimensión que Bach le otorga, a condición de colocarse desde el punto de vista del sentido de la visión del sistema, que él propone. Y, ese sentido cada remedio lo adquiere en la medida que es comprendido como segmento de una totalidad, o como nudo de una red. Esta estructura discontinua (en donde cada remedio posee una singularidad en un todo que lo incluye) está amarrada a un sucesión temporal, una historia, que nos remite no a estados afectivos separados sino al paso de uno a otro, en una forma continua y enlazada. Esto permite descubrir que cada hallazgo de un nuevo remedio, en Bach, esta hilvanado, de algún modo, con los precedentes.

Permanecer solo en la sincronía del sistema, sin considerar su diacronía, puede conducir por muy lógico que éste parezca, a un automatismo clínico, que edifica mitologías sobre los remedios y sus usos. Es inevitable que ignorar la historia conlleve desconocer los orígenes, la raíz y el lugar que cada remedio ocupa en el sistema. Esos vacíos, entonces, son llenados con imaginarios sobre las acciones de las flores y sus significados emocionales.

Esta afirmación forma parte de la filosofía que alienta mi trabajo y que consiste en mostrar que, el producto final de la obra de Bach, no nace por generación espontánea sino que responde al desarrollo de un plan, que él había concebido previamente, pero que necesitaba de la prueba de la realidad y la maduración, que solo el tiempo y la labor proveen.

La inspiración es una chispa del alma, que requiere la transpiración de la labor cotidiana, para transmutar su materia en realizaciones. Y, las realizaciones de Bach, a pesar de las adversidades con la cuales le tocó convivir, son el resultado de un viaje, en donde, cada uno de las flores que convirtió en esencias curativas, representa un símbolo vivo de una experiencia en el camino de la vida.

A medida que se va penetrando en el trabajo que llevó adelante Bach, puede advertirse la existencia de ciertos momentos de inflexión, luego de los cuales, se produce un avance significativo en el trazado de su proyecto terapéutico.

Por supuesto que pueden hallarse antes de 1930 varias de estas coyunturas que, a veces, acontecen como breves relámpagos y, en otras ocasiones, transitan en lapsos prolongados, pero mi interés se refiere con exclusividad, a las acontecidas desde 1927 a 1936 y vinculadas con la gesta de los remedios.

En este sentido, la primera encrucijada que Bach debe cruzar es el pasaje a lo estrictamente floral, dejando atrás todo el sistema de preparación de los remedios por el método homeopático y por otras partes de la planta, que no fueran solo la flor. Este cambio, que podemos datar a partir del uso del método solar en mayo de 1930, inicia un período que se extiende hasta finalización de la preparación de los Doce Curadores.

Hay una lógica en el pensamiento de Bach, que lo lleva a buscar, tomando como punto de partida las 12 signaturas de personalidad que había desarrollado en años anteriores (posiblemente entre 1926 y 1929), 12 plantas con signaturas semejantes y a preparar sus flores de acuerdo a un procedimiento (método solar) específico.

Cuando Bach se refiere a estos doce primeros remedios, habla de ellos como los Doce Curadores y les adjudica la cualidad de estructurales, en el sentido de que refieren a doce lecciones básicas que el Alma debe aprender en el proceso de evolución y, por lo tanto, cada uno de ellos nos habla, no solo de un tipo de personalidad, sino de un defecto que corregir y una virtud o cualidad que desarrollar.

En cierto sentido, estos remedios (Los Doce Curadores), están pensados como configuraciones arquetípicas e invariantes del espíritu humano, que señalan los doce pasos del sendero de la evolución del Alma y los doce defectos que corregir, pues tal como dice Bach: «Las faltas de nuestra naturaleza están expresadas por doce diferentes estados de ánimo, cada uno de los cuales tiene una hierba correspondiente que restablece nuestra salud«.

Es muy interesante la observación que Bach hace en un breve texto de 1933, Los Doce Curadores. Allí plantea que «Si ahora pensamos en los doce atributos de Cristo que aspiramos a conseguir, y que Él vino a enseñarnos, encontraremos las doce grandes lecciones de la vida. Y, mientras, por supuesto, las aprendemos, no dudemos en concentrarnos en una en particular. Esta lección viene indicada por la posición de la luna en nuestro nacimiento, mostrándonos cuál es el principal objetivo de la vida«. A continuación Bach enumera los defectos, las virtudes y las flores correspondientes. Ésta idea de los atributos de Cristo es una concepción gnóstica que hay que tener presente en relación a este tema.

Cuadro de Bach

Remedio                 Cualidad a desarrollar                    Falta

Agrimony                              Calma                            Atormentado

Scleranthus                    Determinación                        Indecisión

Vervain                              Tolerancia                         El entusiasta

Clematis                             Bondad                            Indiferencia

Chicory                                 Amor                               Congestión

Gentian                           Comprensión                        Desaliento

Water Violet                        Alegría                               Aflicción

Centaury                            Fuerza                               El esclavo

Impatiens                           Perdón                                 Dolor

Cerato                              Sabiduría                              El necio

Rock Rose                          Coraje                                  Terror

Mimulus                         Compasión                              Miedo

Una vez que Bach termina con el trabajo de los Doce Curadores, se retira a descansar a Cromer. Allí, pronto se da cuenta que existen una serie de estados crónicos que impiden a la persona, enfrentarse con su tema esencial de personalidad. Así, entre 1933 y 1934 Bach revela los Siete Ayudantes en dos series: los primeros cuatros y los tres siguientes. Aquí tenemos otro momento de inflexión en dos pasos.

Los ayudante son remedios que Bach piensa como estados crónicos, en donde la persona se ha acostumbrado tanto a la enfermedad que la visualiza como formando parte de su propia naturaleza, pero que, a la vez, encubre y no permite ver lo que ella es en realidad. Bach señala que: (…) «estas personas han perdido mucho de su individualidad y necesitan ayuda para salir del callejón sin salida en el que se han metido […]. Son personas que dicen: «Padezco esta enfermedad desde niño y no puedo esperar verme libre de ella», o se han tornado enfermos desde hace tanto tiempo que se han resignado a la idea de que nada puede ser hecho; o, quizás, son personas, que consideran que el mal humor o los resfriados constantes o la persistencia de cualquier enfermedad, son como parte integrante de su propia naturaleza.

“De hecho, especialmente en ciertos casos de irritabilidad, nerviosismo o inhibición, o casos similares, estos males son aceptados como parte del carácter, aunque ellos son realmente conscientes de que no es su propio Yo […]. Los defectos de nuestro carácter, o la resignación a las debilidades corporales, solo pueden superarse si existe el deseo de curación, y los Cuatro Ayudantes [aún no había llegado al descubrimiento de los otros tres] nos liberarán de dicho estado, conduciéndonos al nivel de los Doce Curadores”.

 De modo que, los Ayudantes presentan como signatura: la desesperanza de curarse (que funciona de un modo no consciente), la integración de la enfermedad como rasgo de carácter, síntomas de larga data y que sin embargo se viven como algo ajeno; son máscaras encubridoras (y por lo tanto defensivas) de la personalidad así como sistemas de creencias.

En el otoño de 1933 Bach escribe y publica Los Doce Curadores y los Cuatro Ayudantes y, un poco más tarde, continúa la búsqueda de los tres ayudantes que necesitaba. En julio de 1934 da a conocer Los Doce Curadores y los Siete Ayudantes.

Durante 1935 busca y prepara los 19 remedios que completan su sistema. Una nueva inflexión. Estos nuevos remedios son esencias que actúan sobre los estados críticos de las personas, situaciones en las cuales se han quedado atoradas o traumáticas, y se relacionan para Bach, con estados “más espiritualizados”.

Sin embargo, entre fines abril y junio de 1936, Bach decide cambiar el orden de presentación de su sistema y, agrupa los 38 remedios en siete epígrafes que han venido a llamarse grupos emocionales, ordenamiento que tiene sus bases (los siete nosodes, los siete defectos, la siete virtudes…), pero que persigue (tal como lo expresa Bach), un afán de simplificar y facilitar el abordaje y comprensión del sistema terapéutico que él propone.

Podemos preguntarnos por las razones que llevan a Bach cambiar el modo de exposición de sus remedios. Al respecto, Bach solo refiere a la necesidad de simplificar la presentación de su sistema para que todos puedan comprenderlo y, en esa misma dirección lo historiza Nora Weeks en su libro Los descubrimientos del Dr. Edward Bach. Mas que esto no hay nada escrito ―que conozcamos―  de la pluma de Bach o Nora Weeks sobre este tema, pero sin duda, esta es una última inflexión de Bach en el tema de los remedios que tengamos noticia.

Lo cierto es que el sistema de remedios que Bach legó, es susceptible de ser introducido para su estudio de tres maneras diversas. La primera de ellas consiste en seguir la marcha histórica de Bach por los senderos de su labor, de lo que resulta un modelo de ordenamiento de los remedios en tres grupos: Doce Curadores, Siete Ayudantes, Diecinueve Nuevos Remedios. Cada uno  ellos poseen rasgos de aplicación y esferas de acción singulares.

En segundo lugar, tal vez, desde los meses finales del año 1935 hasta marzo o abril del siguiente, Bach configurara una relación de los remedios en dos listas: los primeros diecinueve y los segundos. Esta propuesta, de lo cual no hay mucho en Bach, y sobre la cual, Luis Juan Bautista realizó un trabajo de reconstrucción, desde el mismo texto de Bach, así como Luís Jiménez otro, desde la visón alquímica, quizás daba cuenta, en el pensamiento bachiano, de las dos fases del proceso de evolución de los seres humanos en la escuela de  la Tierra.

Los Curadores y los Ayudantes, en esta mirada, resultan ser las herramientas propicias para encarnar, tomar forma, apegarse, condición para que el alma aprenda, y los últimos diecinueve remedios, apuntan más a transformar las desdichas en aprendizajes, disolver las formas, desapegar. Es decir los primeros materializan el alma y los segundos almatizan la materia.

En tercer lugar, encontramos la formulación bachiana de los siete grupos, planteo en el cual desaparecen las diferencias entre Curadores, Ayudantes y otros remedios y todos ellos son considerados desde su escenario emocional. Sin embargo, vale la observación de la forma especial en la cual Bach describe a los Curadores. El matiz de lenguaje allí es significativo.

Estas perspectivas, reflejan fases de la investigación bachiana, y  no son, en modo alguno, antagónicas. Por el contrario, se complementan y todo reside en situar las cuestiones en el punto adecuado desde donde se quieren sustentar las cosas, para lo cual, los trancos y atajos históricos de la travesía de Bach en la búsqueda de respuestas a sus preguntas, de por qué enfermamos y por qué curamos, son vitales.

¿Qué se entiende por personalidad en el campo floral? ¿Cuál era la idea de personalidad que Bach tenía? ¿Son las personalidades florales temples emocionales?

Decimos: estructuras emocionales pero, ¿Qué concepto de emoción tenía Bach? En fin, existen una serie de deudas teóricas que es necesario saldar antes de seguir enmarañándose en una discusión que es más resultado del “pequeño narcisismo”, que de una realidad objetiva. Por lo tanto, demos un paso más hacia adelante.

Volvamos a una cita de Bach: “Las faltas de nuestra naturaleza están expresadas por doce diferentes estados de ánimo, cada uno de los cuales tiene una hierba correspondiente que restablece nuestra salud«. Tal como se desprende de varios textos de Bach, las faltas (defectos, fallas, errores), están inscriptas en el alma y son las imperfecciones que debemos corregir a lo largo del camino de evolución. Pero, como tales, ellas no se manifiestan directamente sino que hablan por intermedio de los “estados del ánimo”. De manera que, los afectos ―que son estados, esto es, posiciones existenciales― dan a conocer en su lenguaje las demandas del Alma. Demandas de aprendizaje, demandas de experiencia. Esto implica que, cuando centramos nuestra atención en los afectos, estamos poniendo énfasis en la estructura expresiva de las heridas del Alma (defectos).

Ahora bien, la personalidad es, para Bach, una construcción emocional del Alma, algo muy semejante al temple emocional  de los antiguos griegos de la Medicina Hipocrática, es decir, una forma permanente de ver la realidad y reaccionar ante ella, de buscar seguridad, protección y sostén, de comunicarse, de amar y necesitar ser amado. De modo que, personalidad y estructura emocional son términos ligados solidariamente, pero que ocupan comprensiones diferentes.

Para Bach, solo habría doce temples emocionales, cada uno de ellos con estructuras afectivas propias y, en este plano, sí es posible pensar los 38 remedios de Bach como estructuras emocionales equivalentes entre sí. Si bien cada persona posee en su interior la totalidad de la rueda de las emociones, que en el exterior está representada por el jardín floral de Bach, cada quién porta un tipo particular de temple emocional, no por opción o historia, sino por determinación del alma. Este temple es el elegido en cada encarnadura (por el Alma), como el más adecuado para realizar la tarea y aprender la lección que el alma, puntualmente necesita en cada ocasión.

Para Bach, las distintas ediciones de libros que hizo de sus remedios, siempre llevaron por título Los Doce Curadores, ya fuera que tuviera dieciséis, diecinueve o treinta y ocho Flores. Esto marca la importancia, que para él, poseía este grupo de esencias.

Una esencia floral es algo vivo y dinámico. Una convergencia de información y energía, una configuración de relaciones que ordena los rasgos primordiales que la definen. Este patrón de vida se concreta y encarna en una estructura emocional y/o de personalidad, que resulta ser la corporización del patrón de vida, y desarrolla una actividad esperada en un proceso vital de sanación que, de manera continua, materializa el principio organizador de cada flor.

Como algo vivo, cada esencia se recrea a sí misma, se produce a sí misma permanentemente. De modo tal que, el ser y el hacer de cada flor son inseparables y este es su modo específico de organización. Las flores hacen lo que son y son lo que hacen.

Este concepto, que se denomina autopoiesis (auto crearse), es un esquema de red en el que la función de cada parte de una esencia tiene la misión de participar en la producción o transformación de otras partes, de modo tal que, ésta se renueva a sí misma constantemente y despliega una capacidad de generar nuevas estructuras emocionales y esquemas de conducta. Esto explica por qué las esencias tienen la cualidad de poder aplicarse a formas novedosas, de manifestación de un mismo patrón básico sin que pierdan su eficacia,  esto las distingue de los remedios alopáticos que son propuestas terapéuticas cerradas y estáticas, incapaces de gestionarse  a sí mismas.

Es mucho más lo que queda en el tintero que lo que aquí está puesto en palabras. Hay que seguir pensando floralmente y tratando de llenar los huecos que Bach dejó pendientes. Pero, lo cierto, es que los debates, cuando hacen surgir la llama creativa y constructiva que nos arroja hacia delante, renuevan la esperanza de empresas compartidas. Cada quien tiene una pieza del rompecabezas y entre todos podemos intentar dar pasos significativos en el crecimiento de la Terapia Floral. Cada uno tiene un saber que hay que acercar a la mesa común, a la común-unión, no solo del conocimiento o la experiencia, sino, además, del corazón.

Las flores son algo vivo, el agua viva evangélica que nos vivifica, y así como ellas son lo que hacen, nosotros deberíamos modelarlas y aplicar a nuestra vida esa regla: somos lo que hacemos. Pero, podemos hacer otra cosa y ser otra cosa.

¿La herramienta para esta transformación?

  Las esencias florales.