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LOS DOCE CURADORES. Reflexiones

LOS DOCE CURADORES. Reflexiones

Autor: Eduardo Horacio Grecco

email: eduardohoraciogrecco@gmail.com

(1 Enero 2017)

Suele presentarse el tronco central del trabajo del Dr. Edward Bach, como los remedios que descubriera y preparara. Sin embargo, no es esto del todo exacto, ya que, un aspecto vital de su obra está vinculado con una visión sobre el hombre, la salud, la enfermedad y su curación, así como, con el proceso de evolución del alma. Y, hasta cierto punto, es dable afirmar que sus remedios no son comprendidos en cabalidad, en su esencia y plena aplicación, sin estas referencias doctrinarias. El horizonte doctrinario evita la caída, de la práctica floral, en territorio alopático. Del mismo modo que, clavar agujas no hace a una persona acupuntor, prescribir flores no la vuelve Terapeuta Floral.

Ahora bien, cuando se sigue el recorrido de los pasos de Bach, desde el año 1927 hasta su muerte, en 1936, se va observando la presencia del desarrollo de una línea de investigación, en donde, doctrina, experiencia (clínica y personal) y remedios, configuran el diseño unitario de un espacio en común que no puede separarse.

Esta solidaridad ideológica-prescriptiva se pierde de vista si se fragmenta la obra de Bach y se la desgaja de su biografía, y de las búsquedas y vivencias que transitó, conectadas por cierto, con cada uno de los remedios que él preparaba. Del mismo modo, leer su texto final de Los Doce Curadores y Otros Remedios, sin estudiar de donde nace, los antecedentes previos y las razones que justifican su escritura, permite una captación coja del mensaje contenido allí. Y, esto es cierto, para todos sus escritos, en donde los remedios están presentes. De tal modo que, existe una razón de proceso para concebir la idea de que cada remedio, así como forma parte integral de un sistema, es, al mismo tiempo, capítulo, trozo, pieza, de una historia. No es suficiente conocer el argumento, hace falta leer la novela completa. Cada nudo es importante porque forma parte de una red. Eduardo

A medida que se va penetrando en el trabajo que llevó adelante Edward Bach, puede advertirse la existencia de ciertos momentos de inflexión, luego de los cuales, se produce un avance significativo en el trazado de su proyecto terapéutico.

Por supuesto que pueden hallarse antes de 1930 varias de estas coyunturas que, a veces, acontecen como breves relámpagos y, en otras ocasiones, transitan en lapsos prolongados, pero, mi interés, se refiere, con exclusividad, a las acontecidas desde 1927 a 1936 y vinculadas con la gesta de los remedios.

En este sentido la primera encrucijada que Bach debe cruzar es el pasaje a lo estrictamente floral, dejando atrás todo el sistema de preparación de los remedios por el método homeopático y por otras partes de la planta, que no fueran solo la flor. Este cambio, que podemos datar a partir del uso del método solar en mayo de 1930, inicia un período que se extiende hasta finalización de la preparación de los Doce Curadores.

Hay una lógica, en el pensamiento de Bach, que lo lleva a buscar, tomando como punto de partida las 12 signaturas de personalidad que había desarrollado en años anteriores (posiblemente entre 1926 y 1929), 12 plantas con signaturas semejantes y a preparar sus flores de acuerdo a un procedimiento (método solar) específico.

Cuando Bach se refiere a estos doce primeros remedios, habla de ellos como los Doce Curadores y les adjudica la cualidad de estructurales, en el sentido de que refieren a doce lecciones básicas que el Alma debe aprender en el proceso de evolución y, por lo tanto, cada uno de ellos nos habla, no solo de un tipo de personalidad, sino de un defecto que corregir y una virtud o cualidad que desarrollar.

Por lo dicho antes, es dable imaginar que cada remedio de Bach carece de pleno sentido si se lo trata solo de forma individual y aislada del conjunto del sistema del cual forma parte. Solo adquiere la dimensión que Bach le otorga, a condición de colocarse desde el punto de vista del sentido de la visión de sistema, que él propone. Y, ese sentido, cada remedio lo adquiere, en la medida que es comprendido como segmento de una totalidad o como nudo de una red. Esta estructura discontinua (en donde cada remedio posee una singularidad en un todo que lo incluye) está amarrada a un sucesión temporal, una historia, que nos remite no a estados afectivos separados sino al paso de uno a otro, en una forma continua y enlazada. Esto permite descubrir que cada hallazgo de un nuevo remedio, en Bach, esta hilvanado, de algún modo, con los precedentes.

Permanecer solo en la sincronía del sistema, sin considerar su diacronía, puede conducir a un automatismo clínico, por muy lógico que este parezca, que edifica mitologías sobre los remedios y sus usos. Es inevitable que ignorar la historia conlleve desconocer los orígenes, la raíz y el lugar que ocupa, en el sistema, cada remedio. Esos vacíos, entonces, son llenados con imaginarios sobre las acciones de las flores y sus significados emocionales.

Esta afirmación forma parte de la filosofía que alienta mi trabajo y que consiste en mostrar que, el producto final de la obra de Bach, no nace por generación espontánea sino que responde al desarrollo de un Plan, que él había concebido previamente, pero que necesitaba de la prueba de la realidad y la maduración, que solo el tiempo y la labor proveen. La inspiración es una chispa del alma, que requiere la transpiración de la labor cotidiana, para transmutar su materia en realizaciones. Y, las realizaciones de Bach, a pesar de las adversidades con la cuales le toco convivir, son el resultado de un viaje, en donde, cada uno de las flores que convirtió en esencias curativas, representa un símbolo vivo de una experiencia en el camino de la vida.

(Continuará)