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Manía y éxtasis

Manía y éxtasis

A no ser que el ojo se torne de fuego,

el dios no será visto.

Sin la lengua incandescente,

el dios no será nombrado.

Sin un corazón en llamas,

el dios no será amado.

Sin una mente ardiente,

el dios no será comprendido.

William Blake

La Psicología Transpersonal ha rescatado una milenaria enseñanza sobre la conciencia y sus límites: pueden traspasarse. Podemos ir mas allá del tiempo, la materia, la causalidad y el espacio. Que esta afirmación este avalada y propulsada por la Fisica, cuántica y holográfica, y por la Biología molecular no deja de ser una paradoja, ya que, uno imagina a estas ciencias produciendo un pensamiento duro y sustentador de la hegemonía de la materia y, sin embargo, se las ve sumergirse con alegría en territorios que las acercan a lo espiritual y con un lenguaje que me hace recordar mucho a los escritos místicos. En este escenario es que quiero que reflexionemos juntos sobre el hecho de concebir a la manía como un éxtasis profano.

Lo primero es pensar que el organismo posee un funcionamiento cerebral hipersincrónico -un conjunto numeroso de neuronas que se prenden todas al mismo tiempo y trabajan mancomunadas en red- y que este proceso, además de ser una tendencia natural que actúa como una propiedad del sistema nervioso central, representa un tremendo potencial de acción capaz de explicar los fenómenos que trascienden las modalidades habituales de la conciencia como ocurre en el orgasmo y en las diversas formas de éxtasis. Sin embargo, cuando esta sincronía se acumula en exceso la respuesta que se obtiene se vuelve una manifestación patológica aunque esto no implica que sea carente de finalidad. Así, por ejemplo, la manía puede ser vista como el resultado de la activación de un mecanismo o programa aprendido, a lo largo el proceso evolutivo de la especie, que permite descargar esta hipersincronía que en caso de permanecer como tal podría dañar significativamente a la persona.

Este planteo nos lleva a mirar a la manía como un intento de resolver un conflicto, como en general lo son todas las enfermedades. La naturaleza de este conflicto se corresponde a traumas provocados por falta o carencia de amor sufridos desde la concepción hasta la primera infancia y que han dejado huellas tóxicas en el sistema límbico que afectan especialmente la serotonina y la dopamina pero de modo general el procesamiento y organización de las emociones.

Lo segundo es considerar a la manía como una manera de éxtasis. Puede concederse a la manía como un exceso paroxístico acompañado de vivencias psíquicas que conllevan un estado alterado de la conciencia. Esta variación cualitativa de la conciencia le hace sentir a la persona como disponiendo de un capacidad superior a la normal. Todo esto sucede de un modo espontaneo, automático e involuntario y experimentado con cierto sabor de extrañeza y asombro pero casi siempre con gozo por el carácter de placer inefable que brinda al Yo mientras tal estado dura. En el marco de tal situación el psiquismo accede a la dirección intuitiva y holística de la vida en donde un abigarrado número de sensaciones, afectos, pensamientos, recuerdos y otras producciones convergen con rapidez en un mismo instante donde tiempo, espacio, materia y causalidad dejan de existir.

Si reunimos esta información en un mismo campo podemos advertir la cercanía que existe entre las experiencias de éxtasis, manía y otras muchas como el orgasmo. Todas responden a un mismo encendido psicofísico que camina luego por carriles diversos. Cada uno de ellos puede bloquearse y puede estimularse; cada uno de ellos puede desplegar su potencial y aprender maneras de generar su propia emergencia. Así, como hay técnicas para hacer aflorar estados alterados de conciencia y puede establecerse, con entrenamiento, una vía de facilitación al respecto, también aquí, en la manía, hay un cierto aprendizaje, inscripto en lo inconsciente y en el cerebro, que diferentes hechos sensoriales, emocionales o ideativos lo disparan y actualizan. Una música, una luz, un aroma, un recuerdo….

Entonces, la manía puede definirse como lo hace la Psicopatología pero no deja de ser éste un abordaje limitado que deja afuera aspectos importantes de ésta forma de exaltación. Creo que es conveniente incluir en su comprensión otros elementos como suponer en su corazón un deseo de búsqueda infinita y de lo infinito, tal como acontece en el éxtasis místico. Sin embargo, entre uno y otro éxtasis median diferencias: el éxtasis maníaco es un éxtasis profano, no un intento de concretar un diálogo con Dios. A pesar de lo que acabo de enunciar, la manía no deja de ser un salto mágico de la conciencia en su exploración por hallar ventanas por donde intentar traspasar los límites que la atan y sujetan. El acto maníaco es, así mirado, una producción autónoma en pos de hallar la independencia absoluta y, aunque es un acto fallido y desfigurado, esta pleno de sentido. La diferencia con el acto místico no es tanto de proporción, semblante o intención. En cierto modo comparten formas semejantes de aparecer y equivalentes pretensiones. Tal vez, la diferencia radique en los resultaos: el éxtasis místico provee la iluminación y conduce a la liberación interior mientras que el maníaco a la abrupta caída en la confusión, la locura y la dependencia.