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  • Curso «Correspondencias Bach-América (California)»

La vivencia del placer y la reconexión con la vida a través de nuestro cuerpo. (1 Parte)

La vivencia del placer y la reconexión con la vida a través de nuestro cuerpo. (1 Parte)

Introducción:

Mens sana in corpore sano.

Antigua expresión griega que todos hemos escuchado desde la escuela.

No solo en el tiempo nos hemos alejado del momento de esta expresión sino también en su hacerla realidad.

Mente y cuerpo se han ido disociando, divorciando, como si fueran entes totalmente independientes, pudieran funcionar cada uno por su cuenta y lo que más nos incumbe en este medio terapéutico, como si se pudiera, cuando aparecen los conflictos, sanar uno sin tener en cuenta el otro.

La distancia cada vez más grande entre cuerpo y mente o espíritu, se llena de fármacos que forman como un hilo químico que trata de mantener unidos dos entes que son inseparables pero que hemos ido disociando más y más.

No es el espacio para entrar en las razones de esa disociación. Sin embargo no queremos pasar por alto que parte de esta disociación ha sido como consecuencia de la búsqueda del placer por la vía del no sentir. El resultado obtenido es el contrario. Las enfermedades psicosomáticas son los procesos que ponen en evidencia la indivisibilidad entre el cuerpo y el psiquismo, son reveladoras de la unidad primordial.

Nuestra propuesta es la de reencontrar esa conexión, incorporando la dicha a nuestras vidas a partir del trabajo interior. No hemos venido a este mundo a sufrir, sino a ser dichosos.

Lo equivocado podría ser la manera en que pretendemos incorporar ese placer. No desde nuestra interioridad, sino desde lo externo. Como señala Casilda Rodrigañez:

“Pero como siempre que se sustituye la autorregulación natural por diseños artificiales, surgen fisuras que ninguna inteligencia artificial puede predecir, porque la vida es impredecible” (Rodrigañez; C. Cachafeiro, A. La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente. Pág18)

Nuestra propuesta es de dibujar el recorrido de reconexión con nuestro cuerpo, para abrirnos a la posibilidad de avanzar en lo que Jung llamó el proceso de individuación.

Y, ¿en qué consiste dicho proceso?

A partir del material colectivo, común a todos los individuos y fruto del proceso de evolución de la sociedad, los arquetipos, cada uno de nosotros, en su proceso personal, en su ontogenia, recorre el camino de individuación.

En términos florales, podemos equiparar el proceso de individuación a uno de los principios planteados por Edward Bach:

Ser fiel a sí mismo, muy bellamente expresado en el libro del mismo título en varios de los cuentos con los que Mary Tabor ejemplifica el pensar de Bach.

¿Qué camino debemos recorrer para ser fieles a nosotros mismos o lograr nuestro proceso de individuación?

El camino hacia la individuación

Hay muchos caminos y cada quien tiene que encontrar el propio. Voy a plantear uno que incluye tres aspectos fundamentales,

  • – Bucear en nuestra sombra,
  • – Reconciliar nuestros desgarros internos
  • – Trascender nuestra memoria arquetípica

 

Las flores nos ayudan enormemente en este recorrido, pero quiero aportar en esta conferencia el valor de acompañar dicho proceso floral con el trabajo corporal.

En nuestro cuerpo se guardan muchas de las memorias que nos encarcelan.

Y cuando hablamos de memorias, nos extendemos a varios niveles: la almática, la arquetípica, la constelar familiar, la genética y nuestra biografía.

Si queremos realmente lograr un proceso alquímico de transformación, otra de las propuestas de Bach, debemos tomar en cuenta en nuestro trabajo terapéutico todas las memorias. Y el cuerpo es el lugar donde todas ellas se encuentran presentes.

Al encarnar, nuestra alma olvida su propia divinidad. Justamente, para poder realizar el aprendizaje que se propone realizar, el alma se separa de la unidad y pasa a la dualidad.

Para poder ser fieles a nosotros mismos y no permitir que los demás intervengan en nuestra vida, ni intervenir en la de los demás, es necesario reconectarnos con nuestra divinidad interna.

Vamos a dibujar este recorrido, relacionado con el trabajo corporal y con la simbología del tarot.

1 – Bucear en nuestra sombra. El diablo, la Muerte

Es importante empezar por hacer una distinción entre sombra y máscara.

La sombra hace referencia a los aspectos de nosotros mismos que rechazamos en nosotros y por nosotros. La máscara se refiere a nuestra necesidad de adaptación y que nos lleva a no ser auténticos.

No somos perfectos, y probablemente la sombra es la que nos permite acceder a nuestra propia humanidad.

Decía Jung en su “piscología del inconsciente”

“Entiendo por sombra el aspecto “negativo” de la personalidad, la suma de toda aquellas cualidades desagradables que desearíamos ocultar, las funciones insuficientemente desarrolladas y el contenido del inconsciente personal.” (citado en Zweig C. y Abrams J El encuentro con la sombra pág. 34)

¿En qué se traduce eso en nuestra vida cotidiana?

Cuando niños, somos todo energía y vitalidad, pero poco a poco vamos descubriendo, por los comentarios que hacen los adultos a nuestro alrededor, que hay cosas de nosotros mismos que no les gustan o por las cuales somos reprendidos, juzgados castigados. Así escuchamos comentarios como: ¿Puedes estarte quieto de una vez? ¿Podrías callarte un rato? Los hombres no lloran. Las niñas, calladitas más bonitas.

Asustados ante la posibilidad de perder su amor, empezamos a echar al saco todos aquellos aspectos de nuestra personalidad que consideramos ponen en riesgo la aceptación de nuestros padres o de las personas que nos cuidan.

Cada cultura nos empuja a llenar el saco con cosas diferentes. La cultura cristina nos empuja a echar al saco nuestra sexualidad e inevitablemente con ella se va también nuestra creatividad.

Pero no solo la sexualidad está en gran parte “relegada” a nuestra sombra, sino también el ansia de poder y destrucción.

Cuanto más negamos el contenido de nuestro saco, más este va desarrollando su propia personalidad y llega un día que se nos aparece como otro YO, una parte disociada de nosotros mismos, que no reconocemos como propia y que a fuerza de ser negada, acaba convirtiéndose en una parte hostil, que vemos en los otros y no en nosotros mismos. El mecanismo de proyección, tan conocido pero tan poco trabajado en nuestros vínculos.

Además, cuanto más lleno está nuestro saco, más energía necesitamos para mantenerlo ahí, “guardado” tratando de que no se nos escape En consecuencia disponemos de mucha menos energía para aquello que realmente queremos hacer.

Cuando como terapeutas, acompañamos a nuestros pacientes a zambullirse en su sombra, es fundamental que tengamos claro que zambullirse en la sombra significa dejar que esta sombra nos lleve donde nos tenga que llevar. No soy yo que decido qué diablo se va a desvelar sino que debo permitir que la sombra sea la guía.

No está de más indicar, que solo es posible como terapeutas acompañar a nuestros pacientes en este recorrido si nosotros mismos lo hemos hecho.

Este trabajo con la sombra, supone ir disolviendo la máscara y desembarazándonos del inconsciente colectivo. Es decir, integrar nuestras polaridades y cuidar que la resolución de nuestro trabajo no sea el cumplimiento de una energía arquetípica.

Bucear y reconocer nuestra sombra, equivale a encontrar a nuestro Dios interior, nuestra propia divinidad. Es un proceso individual que puede llegar a trasformar completamente la vida de una persona. Y en consecuencia la forma de vincularse con los demás.

En palabras de Erich Neumann:

“El Yo descansa oculto en la sombra, ella es quien custodia la puerta del guardián del umbral. Así pues, sólo podremos llegar a recuperar totalmente nuestro Yo y alcanzar la totalidad reconciliándonos con la sombra y emprendiendo el camino que se halla detrás de ella, detrás de su sombría apariencia” (Zweig C. y Abrams J Encuentro con la sombra. Pág. 38)

Asociamos la sombra con el arcano del diablo en el Tarot. ¿Qué representa el diablo cuando aparece en el viaje del loco?

No sé si ustedes pueden traer a su memoria, el primer recuerdo del diablo, quien les enseñó la palabra o cuando vieron por primera vez su imagen.

En mi caso, sé que desde muy temprano en la vida, el concepto de su existencia, estaba en mí. Rojo era el color, con toques negros que resaltaban aún más su fuerza y su presencia. Los cuentos infantiles que acompañaron mi infancia temprana lo ilustran en mi mente.

Risueño, divertido, atrayente, transgresor, perspicaz, decidido, infatigable, persistente, a veces escondido, pero siempre presente.

Alguien o algo a quien combatir, contra el que había que luchar, al que no había que dar lugar en la vida personal de uno, porque nos llevaba por el mal camino y nos condenaba a la perdición.

Siempre acompañado por su opuesto, el ángel, blanco, luminoso, dulce, siempre correcto, siempre con la razón, al que había que seguir para salvarnos y ocupar un lugar en el cielo.

“Ángel de la guarda, dulce compañía, no me dejes sola, que me perdería”

Creo que fue la primera oración que aprendí y que mi Madre me acompañaba a decir todas las noches. Me perdería en las garras del diablo, supongo yo que completaba la frase, si no le daba todo el lugar al ángel.

Así, poco a poco, vamos tratando de sofocar ese diablo interno, esa parte de nosotros que se torna oscura, desconocida, traicionera, acechante. Nos convencemos de que ignorándola, logramos dominarla. La alejamos de nosotros mismos de nuestro propio ser, para convertirla en una oscuridad de la que no nos queremos hacer cargo. Y acabamos desconociéndola en nuestro interior.

Pero nada queda oculto bajo la capa del sol. Así que, el diablo, que no da fácilmente su brazo a torcer, busca la forma de manifestarse. Al negarlo en mí, lo veo en los otros. Y ahí, en el otro, desconectado de la responsabilidad de mis propios actos, es fácil reconocerlo y atacarlo, juzgarlo y condenarlo.

Dice la biblia:

“¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga que hay en el tuyo?  Evangelio según San Lucas, 6, 39-42

Tal vez logremos “borrarlo” de nuestra conciencia, pero no de nuestro cuerpo. Siempre quedan memorias corporales. A través del trabajo corporal, logramos acceder a aquellos aspectos que no aceptamos de nosotros mismos, como la agresividad, la vergüenza, la culpa, Reconocerlos y honrarlos en nosotros es lo que nos permite llegar a nuestra propia humanidad.

Encontrar esa fuerza que mora en nuestros abismos es necesario para no buscar más los diablos afuera. Porque los diablos que buscamos afuera siempre son diablos que nos lastiman. Explorar nuestro lado salvaje forma parte de crecer y de integrar.

El diablo nos acompaña siempre, desde nuestro interior más profundo. Solo podemos liberarnos de él reconociéndolo e integrándolo.

Desaprendiendo lo que nos enseñaron e incorporando a nuestra vida la energía de crecimiento y creación que su presencia nos da. Hacer del diablo nuestro amigo, bucear en él para dejar de buscarlo en los otros.

El diablo son muchas cosas: el orgullo, la violencia, la envidia… cada pecado capital es una parte del diablo. Pero, en lo sexual, se resume mucho del diablo. Así, explorar la sexualidad salvaje no tiene que ser peligroso sino benéfico.

El diablo tiene un lado oscuro pero nos da la energía que necesitamos para avanzar, nos prueba, nos empuja, nos desafía. Hay un solo diablo con mil caras y debemos ver cada cara poco a poco.

Trabajar con el diablo, significa dejarlo fluir, no combatirlo, no tenerle miedo hasta que llegue un momento en que nuestro diablo sea un amigo de todos los días.

Conocer la sombra, empezar a mantener una relación correcta con ella, lo cual no significa que queremos que deje de ser sombra, sino reconocer su presencia en nosotros, hace que el inconsciente deje de ser un monstruo diabólico y que podamos entrar en contacto con nuestras capacidades ocultas.

Y con ello logramos aceptarnos de modo más completo, por tanto proyectar menos, podemos manejar de forma más adecuada las emociones negativas, porque ya las conocemos, no nos toman por sorpresa, no necesitamos toda la energía para reprimirlas.

Los sentimientos de culpa y vergüenza que acostumbrábamos a sentir por estas partes negadas de nosotros mismos, desaparecen o disminuyen considerablemente, a partir del momento en que puedo reconocer en mí esas partes de mí mismo. Ya no necesito proyectar en el otro, aquello que he honrado en mí. Ello es un punto vital en la sanación de nuestros vínculos con el otro.

Si no reconocemos la sombra, jamás podremos realizarnos en nuestra totalidad

La integración de la sombra supone la presencia del arcano de la muerte en nuestras vidas. No la muerte física, sino la muerte del hombre viejo para que renazca el nuevo. En este caso, sería morir a las cárceles en las que estamos prisioneros y renacer con la conciencia ampliada. La muerte hace referencia al proceso cíclico de la vida que, de modo continuo supone inicios y finales. La muerte nos habla de dejar atrás lo que terminó y abrirnos a lo desconocido, con la incertidumbre que ello supone.

Continuará…