Reflexiones sobre Clematis
Autor: Eduardo H. Grecco
email: eduardohgrecco@gmail.com
El maestro Julian Barnard, manifiesta cierta convicción, acerca de que no es posible asegurar si luego de Impatiens, Bach prepara primero Mimulus o Clematis. En su libro, “Flores de Bach. Forma y Función” señala que, “Sin el claro informe del Dr. Bach no podríamos estar seguros a cuál remedio llegó después. Este pudiera haber sido Mimulus o Clematis.” Sin embargo, por razones ligadas a la lógica del proceso del descubrimiento de los remedios florales, que él tiene, opta por darle prioridad temporal a Clematis sobre Mimulus. Textualmente dice: “Y, así, da el visto bueno a su tercer remedio floral: Mimulus.” Por otra parte, Nora Weeks comenta, en “Los Descubrimientos del Dr. Edward Bach”, “Ese año (se refiere a 1928) encontró y potencializó una tercera planta, la Clematis silvestre….” A pesar de que Barnard opina que no deberíamos darle mucha importancia este asunto, el orden del descubrimiento de los remedios florales de Bach guarda un sentido que es bueno tener en cuenta. Así, por ejemplo, si consideramos que el miedo es la huella de la memoria del dolor, esto haría sensato que Mimulus siguiera a Impatiens. De todos modos, hay una cuestión adicional y es que, la vez inicial que Bach prepara Clematis, lo hace con las semillas y por el método de trituración homeopático. Es dable imaginar que, en 1930, lo vuelve a preparar, ahora con la flor y el método solar. Entonces, quizás, la precedencia haya sido, Impatiens, Clematis y Mimulus, aunque las últimas dos florecen un poco antes que la primera. Queda planteado este punto para que cada quien saque sus propias conclusiones y, mientras tanto, vamos a abocarnos a mirarle la cara a Clematis.
Sin duda alguna, Clematis, es un remedio que, en su tipología, se encuentra en la orilla opuesta de su antecesor Impatiens, tanto como el invierno lo está del verano y el agua del fuego. Frente al intenso deseo de tragarse la vida, propio de Impatiens, se alza el poco deseo de vivir de Clematis, ante la actividad y practicidad de uno, la pasividad y ensoñación del otro. Sin embargo, sucede que, en todas las polaridades, hay un aspecto en común y, aquí, es el deseo, de ambos personajes, de estar solos. Las razones son distintas pero el resultado es el mismo. Si bien la crueldad parece estar en la naturaleza de Impatiens, como la indiferencia en Clematis, ambos defectos conducen al alejamiento de los otros de sus vidas. Además, es posible preguntarse ¿No resulta la indiferencia una forma sofisticada de crueldad? Aunque en la conducta del otro no exista una intención malsana ¿Cómo nos sentimos cuando alguien nos trata con indiferencia? Tal vez, por esta razón Bach pone como virtud a desarrollar, para esta personalidad, la bondad. Después de todo, «Lo preocupante no es la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos» (Martin Luther King)
Siempre que me es posible, prefiero viajar en tren, sin que importen las distancias a recorrer. La razón es que, sentado en uno de sus asientos, mecido por el movimiento que imprime su andar, y viendo pasar, antes mis ojos, paisajes diversos y fugaces, suelo entregarme a una migración imaginaria, por los parajes y rincones de mis sueños.
Ensoñar tiene el encanto, no solo de carecer de límites, sino de permitir que la imaginación se haga cargo de la dirección total de nuestra aventura. Nos permite arribar a lo sorprendente, rozar lo insospechado, dejarnos acariciar por lo fortuito e imprevisible y abrazar lo ilimitado. Ahora, al escribir este post sobre Clematis, ha venido a visitarme, por un momento, esa misma sensación acariciadora que promete la fantasía. Es que, uno de los datos duros del ensueño, es el hecho que, ensoñar, es un proceso que nos hace vivir es un estado de completud, de no necesitar otra cosa más que aquellas que existen dentro de su mundo. Allí, en esa comarca, está todo.
Ensoñar no requiere apartarse del mundo al estilo de como lo hace Impatiens: para que no lo estorben los otros. En la ilusión se tiene todo, aún a todos los otros. Se puede crear, inclusive, todas las figuras y situaciones que los afectos demanden y vivir en ese espacio como algo real. La realidad cobra sentido en tanto se ha convertido en un sitio interior, un universo en el cual se habita. Y, esta renuncia al mundo exterior, en Clematis, se precipita por la pérdida de aquello que le nutria de placer, interés y gozo. De manera que, en esta flor, el ensueño está destinado a recrear el pasado extraviado, no tanto a imaginar un nuevo futuro. Así, las visiones Clematis intentan recuperar, imaginariamente, el ayer. En 1931 escribe Bach sobre un paciente: “El estado soñador, el vivir completamente en el pasado y la ausencia de interés por el presente, indicaban Clematis.”
De todos los textos de Bach, sobre esta flor, uno de los más nutritivos, para su entendimiento, es el que escribe en 1933, “La historia de Clematis por sí misma”. Este relato ayuda a vislumbrar muchas cuestiones clínicas de este remedio, en especial, cierto hilo emocional que incluye el ensueño, bondad. Indiferencia, gracia, pasado, dependencia e idealización. Aquí tenemos la malla intima de Clematis, a la que habría que sumar un cierto tipo de polaridad: “Así pues tienen dos fases: el éxtasis, en relación con los ideales y, en la enfermedad, la resignación calmada.” (Bach)
Eckhart Tolle comenta que, “No podemos llegar a ser buenos esforzándonos por serlo, sino encontrando la bondad que mora en nosotros para dejarla salir.” Según Bach le corresponde a Clematis llevar a cabo esta tarea, ya que, no nacemos bondadosos. Por una imperiosa necesidad de sobrevivencia, nuestra primera tendencia natural es el egoísmo. Ser bondadosos es hacer el bien, avanzar hacia la justicia pero, también, es ser benevolente hacia el otro. “La bondad es, de este modo, aquella actitud que exalta lo que ya existe de bueno en el otro.” (Mario Satz). Es curioso que Bach, contrariando las polaridades, que de siglos atrás la ética venía sosteniendo, enfrenta la bondad no con la maldad, sino con la indiferencia. La indiferencia, es un estado afectivo al cual nos precipitamos aventados por otros o por circunstancias adversas de la vida, en este caso específico, por la pérdida de todo lo que se amaba. Dice Bach, acerca de Clematis: “No tienen demasiado aprecio por la vida; no significa mucho para ellos; ofrecen muy poca resistencia a la enfermedad; parece que no tienen miedo de la muerte, ni deseos de curarse. Son plácidos, calmados, resignados en la enfermedad, no debido a un coraje paciente, sino a su indiferencia.”
Una de las más bellas descripciones sobre la indiferencia que he leído, la provee el maestro Mario Satz: “Desprovisto de todo interés, el o la indiferente son seres que han gastado sus dones de participación cordial y carecen siquiera de ahorros que sufraguen los gastos que implican los momentos interesantes.” Y, esta perspectiva, sumada a la de Bach, nos muestra, por una parte, que la indiferencia nos aleja de la solidaridad y que, por otra, se diferencia, significativamente, del desapego. Es cierto que, el refugio en la fantasía, coloca a Clematis como estancado en cierto punto singular, en el cual, los otros casi no existen para él y él casi no existe para los otros. Su razón de ser esta entregada a querer estar con quienes se han ido “¿Os sorprende que desee marcharme? Veréis, he centrado mis pensamientos en cosas terrenales, en personas terrenales y si ellos se van, entonces yo deseo seguirlos. Sólo quiero emprender el vuelo y estar donde ellos están.” (Bach) Y, este es uno de los motivos por los cuales, Clematis, más que querer morir desea dejar de vivir. Pero, sin embargo, se trata de una fuga de la vida, más que un encuentro con lo añorado en la fantasía. Su idealización fantasmagórica no es una colisión que dé razones para interesarse en vivir, tal como sucede en Vervain, en donde, la quimera es una huida “hacia la vida”, con el anhelo de imponerle condiciones, y la utopía un mundo a construir.
(Continuará)