Reflexiones sobre Clematis Parte II
Autor: Eduardo H. Grecco
email: eduardohgrecco@gmail.com
A veces, no somos lo suficientemente claros al explicar algunos aspectos de Clematis. La imagen que casi todos los libros de “Flores de Bach” transmiten, es de una persona perdida en la fantasía como si viviera en una nube, desconectado de la realidad. Sin embargo, hay ciertos costados de esta personalidad que nos hacen mirar las aplicaciones de esta flor desde lugares muy diversos a los que, de manera usual, se la identifica. En 1931, Bach saca a luz un texto cuestionador “Algunas consideraciones fundamentales sobre la enfermedad y su curación” en donde coloca, como arquetipo de Clematis, “El Extático”. Este nombre alude a alguien que vive, de modo frecuente, en éxtasis. Supongo que Bach usa esta imagen en el sentido de referirse a una persona perpleja, presa de irrealidad, que se olvida de todo lo demás, enajenada en su mundo y aletargada. En esa dirección Bach comenta, en el texto citado, que esa flor es “Para aquellos que se dejan “dominar por los sueños”; viven en sus ideales, pero hacen muy poco en el aspecto práctico. Les suelen gustar los libros y se pierden en su lectura, especialmente en su juventud.” Sin embargo, más adelante, agrega unas líneas particularmente curiosas: “Se entusiasman con movimientos religiosos o patrióticos, llegando a estar temporalmente absorbidos y a descuidar sus obligaciones usuales. Pasan de estar interesados en un proyecto a otro rápidamente.” Caramba, ¿Un Clematis entusiasmado o arrebatado? ¿Un Clematis inestable? En ese mismo libro Bach nos habla de siete principios: Poder, Conocimiento intelectual, Amor, Equilibrio, Servicio, Sabiduría y Perfección espiritual y agrega que:
“Los errores en cada uno de los siete principios producirán los tipos siguientes:
- Poder – Tirano – Autócrata – Sensacionalista
- Intelecto – Mago – Destructor – Mordaz
- Amor – Inquisidor – Odio – Rabia
- Equilibrio – Extático – Veleta – Histérico
- Servicio – Farisaico – Egoísta – Vanidoso
- Sabiduría – Agnóstico – Necio – Bufón
- Perfección Espiritual – Entusiasmo – Puritano – Monje”
Bach conecta, entonces, El Extático con Clematis y queda claro que atribuye, a este arquetipo, la virtud o principio del equilibrio, punto que se refuerza cuando coloca en la misma línea (ver el cuadro) al veleta y al histérico o cuando señala que es “El remedio que proporciona estabilidad…” Es singular como, entonces, profundizando en los escritos de Bach, se encuentran perlas clínicas como esta.
Tanto Impatiens, Mimulus como Clematis, por razones diversas, son personalidades que prefieren el soliloquio antes que participar en un coro vincular, el silencio antes que el diálogo. Sin embargo, con Clematis, ocurre algo misterioso que sucede, también, con un cierto aire parecido, en Water Violet. Ese “algo” intrigante es una consideración clínica, que solo soy capaz de hacerla visible, usando palabras prestadas: “Cerré mi boca y te hable de mil maneras silenciosas”. (Rumi) Lo que intento decir es que, el estado de ensimismamiento Clematis, su recogimiento en su mundo interior poblado de escenarios y personajes idealizados, no significa, de modo necesario, un cierre de la comunicación, sino la apertura hacia una forma de manifestación más ligada a lo transpersonal que a lo personal, a lo extraordinario que a lo ordinario, a lo místico que a lo profano, a lo etéreo más que a lo denso, a lo metafísico más que a lo físico. Así, como la velocidad es la forma de éxtasis de Impatiens, y el dogma encendido el de Vervain, el ensueño lo es para Clematis. A través de este proceso psíquico, esta flor explora mundos sutiles (“Sé cuánto anhelamos emprender el vuelo a reinos más maravillosos… Bach). Es una flor que nos hace darnos cuenta que, muchas veces, “Estamos tan ocupados en hacer cosas para lograr fines con valores externos, que olvidamos que el valor interior, el éxtasis que se asocia con la vida, es lo único que importa.” (Joseph Campbell) De manera que, esto que comprendemos y evaluamos como una ruptura de la conexión con el mundo es, en realidad, una dinámica en la cual, Clematis, se niega a adaptarse al exterior para dedicarse a intentar adaptarse a sí mismo. Y, entonces, en esta posición, lo que sobreviene no solo se reduce a ser un movimiento de introversión, sino que se convierte en un auténtico giro “insistencialista”, tan diverso, por cierto, del existencialista de Vervain. Aquí me resuena una frase de Bach, de 1933, sobre Clematis: “¿Os sorprende que desee marcharme? Veréis, he centrado mis pensamientos en cosas terrenales, en personas terrenales y si ellos se van, entonces yo deseo seguirlos. Sólo quiero emprender el vuelo y estar donde ellos están. ¿Podéis reprochármelo? Mis sueños, mi ideal, mi romance. ¿Por qué no debería estar con todas estas cosas y qué podéis ofrecerme que sea mejor? Yo no veo nada. Sólo me ofrecéis materialismo frío, una vida en la tierra con todas sus dificultades y penas, y allí lejos está mi sueño, mi ideal. ¿Me reprocháis que lo siga?” Claro está que, antes de volar hay que aprender a enraizarse, antes de trascender hay que apegarse y por eso Bach comenta: “Sé cuánto anhelamos emprender el vuelo a reinos más maravillosos, pero, hermanos del mundo humano, primero cumplamos nuestro deber e incluso no sólo nuestro deber sino nuestra alegría (placer),…”
Nos faltan algunos comentarios más sobre Clematis pero, quiero compartir una reflexión ligada a lo terapéutico:
En estos tiempo asistimos al redescubrimiento del “hilo negro” en la terapéutica. De la mano de la neurociencia, y otras disciplinas duras, vuelve al terreno de la reflexión, el tema del amor materno como nutriente esencial de la vida. Y, no solo eso, sino que se lo considera, a este vínculo primordial, como la fuerza capaz de moldear las conexiones de nuestro cerebro y determinar el nivel de receptores de nuestros neurotransmisores. Qué bueno que la ciencia diga hoy estas cosas, y que cojonudo sería que se retomara lo que, investigadores de otros campos, ya han señalado hace décadas para sustentarlo desde su territorio. Sin embargo, pareciera que el arte terapéutico necesita madurar y dejar de estar esperando que la “ciencia” valide lo que ya él sabe, gracias a la fuente inicial de su saber: la experiencia. Me sorprende, a veces, la candidez, casi adolescente, de algunos terapeutas que se fascinan por estos decires de la “ciencia”, cuando, en su propio territorio, el alcance de la dinámica matricial, como organizador psico-neural, era una narración conocida. ¿Por qué tenemos tanta dificultad en confiar en la obra de nuestro propio campo? Qué provechoso que la “ciencia” reconozca la fuerza forjadora del amor y el desamor, pero que no es para asombrarse de tal cosa. Sin embargo, causa “éxtasis” que la ciencia lo asevere, cuando es algo que todos los días se observa en la clínica. ¿Acaso nuestra percepción no es suficiente que necesitamos el aval de la otra “ciencia”? Las construcciones terapéuticas significativas se han logrado, a lo largo del tiempo, gracias a la acción de pensadores desobedientes del conocimiento establecido, que confiaron en la experiencia antes que en lo que los libros establecían. Que se atrevieron a aceptar que, así como el desamor nos daña, el amor nos sana. Y que, además, no hay desamor más tremendo, que aquel que sucede en los primeros tiempos de vida. Un hecho que deja una huella traumática para toda la existencia, que nos ata al pasado y nos deja atrapados en un ayer que se repite.
En el campo de la labor sanadora, esta propuesta se enlaza con lo que, hace 60 años, Carlos Seguin, llamara “eros terapéutico”. Esto, con sus matices, es lo que hoy se denomina “empatía terapéutica”, “sintonización” e inclusive “transferencia”, y que, desde hace tiempo, resumo en una máxima: las técnicas curan, lo que sana es la relación.
La herramienta esencial de la sanación no es el terapeuta, ni los recursos instrumentales que pueda disponer, sino la relación que se establece en ese particular y misterioso “entre-nos”, que es el proceso de la cura. Pero, ¿en qué consiste el amor terapéutico? El paciente no necesita explicarse ni comprender la causa o el significado del dolor que lo enferma. Demanda revivirlo, no desde su adulto, sino desde ese espacio real donde está inscripto: su niñez. Necesita sentir confianza, al modo en el cual un niño la sentía: sintonía, contacto, respeto por su individualidad. Es decir, escucha, sostén, ternura, presencia, apoyo, consideración… El paciente no necesita sentirse que está en la mira, cuestionado o confrontado, pero si requiere que lo amemos. Necesitamos crear un código de comunicación como el que la madre creo con él cuando era bebé, necesitamos que sienta nuestra presencia, nuestro abrazo y que lo ayudemos a ser él mismo a la manera que lo va siendo, paso a paso. Los terapeutas tenemos que aprender a confiar, de modo pleno, en el alma de la relación. Una relación es un vínculo habitado de afectos y sin afectos no hay sanación, ni hay cura. Con afectos la cura es posible, pero sin alma en la relación, no hay sanación. “Las flores curan, lo que sana es una relación con alma”. Los trabajos de neurociencia de Harry Harlow, abonan esta idea del valor curativo de los vínculos entre pares o entre iguales. Y, señalo este punto, porque tal vez es hora de replantearnos el tipo de vínculo sanador entre terapeuta y paciente que, según estos criterios, debería ser más cercano al mayéutico, que practicaba Sócrates, que al de “supuesto poder y saber” que hoy es una institución en la cultura terapéutica general. Revisemos a Bach y veamos cuanto de lo que aquí dicho está contenido en su enseñanza.
Ahora bien, un punto que es bueno poner de relieve, de la personalidad Clematis, es su manera de vincularse. Bach nos señala que, “Son propensos a establecer vínculos demasiado fuertes con otras personalidades y a dejarse dominar; esto sucede de forma voluntaria y sin miedo y puede ir acompañado de un afecto profundo y del deseo de no separarse nunca. La personalidad más fuerte puede utilizar esta influencia adversamente durante la vida o, después de la muerte, puede llamar a su compañero, de ahí la ausencia de lucha contra la enfermedad.” Si nos detenemos un poco sobre esta caracterización lo que aparece como relevante, en primer término, es el hecho, de que, Clematis, funda relaciones estables, robustas y permanentes, todo lo diverso de las fugaces de Impatiens. De la misma manera que, Water Violet o Mimulus, la forma en que Clematis construye un vínculo, es de modo pausado y progresivo. Su flanco crítico es la dependencia, la entrega voluntaria de su autonomía, al otro que ama, y la facilidad en cómo acepta ser manipulado por éste.
Otro aspecto destacado de Clematis es el disminuido aprecio que tiene por la vida, que se traduce en el poco valor que da a las cosas materiales, la escasa disponibilidad que manifiesta para curarse, cuando está enfermo (“…poco deseo de vivir”, Bach), la ausencia de espíritu de lucha para sobrevivir (tema interesante para vincular con Wild Rose), la carencia de miedo a la muerte, la aridez y desconexión afectiva y el no estar motivados a involucrarse y comprometerse con la vida y el presente.
Sin embargo, hay otras cuestiones curiosas como la necesidad que tienen, las personalidades Clematis, de dormir muchas horas y la tendencia a la pereza, que nos señala su natural orientación a emigrar de las ataduras terrenales y de la tierra en sí. Esto conlleva, de modo natural, una conexión deficiente con el cuerpo y con todos los aspectos de la corporalidad propia y ajena. Al respecto, “…como niños ajenos al mundo a su alrededor, viven dentro del recinto de sus propias mentes. Con sus cabezas en las nubes, muestran el aire de desapego juvenil. Tratando de traerlos a la dimensión de lo viviente bien podríamos decir ¡Hola! ¿Hay alguien allí?” (Julian Barnard)
De manera que si ahora miramos a Clematis como remedio apreciamos que genera una gran capacidad de estar presente en el presente, de contacto profundo con el cuerpo, la tierra y la vida, de hacerse responsable de las tareas que el alma vino a desplegar y, en especial, de contacto profundo con el mundo espiritual sin, por ello, dejar de tener los pies sobre la realidad.
(Fin)